Julio Anguita murió el pasado 17 de mayo de 2020. Como homenaje a su vida y obra publicamos aquí su último artículo publicado apenas 11 días antes en el periódico El Economista.
Decía Gramsci
Antonio Gramsci (1891-1937), filósofo y dirigente del Partido Comunista Italiano, decía que: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
Las crisis de toda índole que la pandemia ha agravado, nos traen al presente las palabras del político sardo y, desde luego, nos obligan a reflexionar. El orden político-económico mundial representado por la civilización industrial en su desarrollo capitalista, nació por la confluencia de dos hechos: la revolución científico-técnica de finales del siglo XVIII y la democracia representativa como desarrollo alicorto de la Revolución Francesa, también de esa fecha. Esa génesis llevaba en sí misma el embrión de una contradicción agravada desde mediados del siglo XX; a saber, la incompatibilidad entre unos derechos predicables para toda la humanidad y la búsqueda de la ganancia personal como motor único del sistema. La agudización de este conflicto tiene dos fechas: 1948, Declaración de Derechos Humanos, y 1972 con la publicación de Los límites al crecimiento. En este sentido y desde la experiencia de las últimas décadas puede afirmarse que el viejo mundo, en su versión del neoliberalismo globalizado, se está muriendo.
Pero hay muertes y muertes. Y desde luego que ningún ingenuo piense que el óbito es sereno cual llamita que se extingue lánguidamente. El conflicto, las tensiones, los horrores incluso, son el cortejo que acompaña al moribundo. Y porque, también con él, se van nuestros hábitos de consumo y de valores con los que la cotidianeidad nos ha impregnado. Solamente la pronta aparición del nuevo mundo (si aparece) podría acortar el sufrimiento.
Pero no nos engañemos, el nuevo orden no vendrá cual Nacimiento de Venus del pintor Sandro Botticelli. Será -es- un parto con dolor, con ansiedades, contradicciones y también sufrimiento. Pensemos históricamente cuánto esfuerzo y cuánta lucha han costado el acceder, siquiera medianamente, a las conquistas democráticas y sociales que una parte de la humanidad todavía posee. Tampoco está asegurada la venida del nuevo mundo; entre otras cosas porque no viene si no se le trae. Y desde luego, a fin de no instalarse en una parusía laica, el mundo que se desea nace en el seno de este viejo, y está concretado en proyectos, plazos, programas y renuncias, aunque sean transitorios. La tarea es ardua, aunque tiene la subjetiva recompensa de dar sentido al existir. Se necesitan muchas parteras y muchos comadrones. Y además, una multitud de los viejos topos que describía Karl Marx.
Volvamos a Gramsci y a las palabras con las que comienza este artículo. Es posible, y hasta probable, que no se vea o no se quiera ver el fin de una época a pesar de los datos y evidencias de cada día. También es posible y probable que el nuevo orden o la nueva sociedad, sean considerados quimeras, delirios y ensoñaciones aunque la Historia nos demuestre cuántos cambios positivos para el ser humano fueron antes considerados locuras y disparates.
Pero lo que es evidente para nuestros ojos y oídos es que, en este claroscuro de España, estamos rodeados de monstruos.