[1] Artículo publicado en el número 6 de la revista italiana Critica marxista correspondiente a noviembre-diciembre de 2023.
Traducido por Nando Zamorano
Hay una larga historia de intentos de apropiarse de Gramsci por parte de la derecha: desde los más reflexivos de Alain de Benoist, hasta nuestras propias imitaciones, desde las Tesis de Fiuggi hasta las recientes declaraciones del ministro Sangiuliano.
Intentos destinados al fracaso por la pequeñez de los protagonistas, pero que tienen como peligroso objetivo la posibilidad de crear un nuevo sentido común en las masas.
El 22 de octubre de 2022, pocas horas después de haber jurado sobre la Constitución frente al presidente de la República, el actual ministro de Cultura, Genaro Sangiuliano declaraba ante la prensa que quería aprovechar la lección que nos habían dado «nuestros antepasados» de la que hablaba Leopardi[1], para incluir a Gramsci entre los “grandes italianos”, junto a Dante, Leopardi, Croce, Gentile y Prezzolini. La derecha creaba una especie de Panteón ideal en el que asombrosamente, Gramsci habría sido incluido en el Congresode Fiuggi de 1995, aquel que estableció la mutación del Movimento sociale italiano en Alleanza nazionale, la nueva formación política que lideraba Gianfranco Fini.
Y respondía a la pregunta de un atónito periodista:
«¿Gramsci? Pero ¿no es usted, y el gobierno del que forma parte, de derechas?», Sangiuliano respondía: Puede parecer asombroso que cite al gran pensador y político comunista, pero en el ensayo Literatura y vida nacional, del cual poseo la edición de Enaudi publicada en 1954, propone un retorno a De Sanctis y arremete contra la filosofía de la praxis, contra lo que el mismo Gramsci define como loros que creen poseer la verdad. Y yo, como Gramsci, veo muchos loros por ahí[2].
El ministro volvería a plantear este asunto en una carta-intervención fechada el 17 de enero de este año y publicada en el Corriere della Sera[3], tras la polémica que siguió a su apoyo, con todo el peso de la autoridad derivada de su cargo, a la petición de colocar una placa conmemorativa en la clínica Quisisana, donde pasó sus últimos días el pensador comunista, por parte de un grupo de intelectuales y del Ayuntamiento de Roma, y a la que se oponían los propietarios del instituto sanitario.
Sangiuliano sostenía en su intervención la necesidad de una recuperación de Gramsci por parte de la derecha, pues el pensador sardo formaba parte de la «identidad italiana» (como rezaba en el título del diario), incluso de una «ideología italiana», de «un pensamiento nacional unitario que, incluso defendiendo legítimamente posiciones distintas, tiene un espíritu común con el que todos pueden identificarse». Sangiuliano concluía su intervención afirmando que desconfiaba de la «fatua ingenuidad de esos papagayos que con unas cuantas formulitas estereotipadas creen tener la llave para abrir todas las puertas»[4], una cita del Cuaderno 23, uno de los últimos escritos por Gramsci en la cárcel fascista, que había agravado su salud, hasta llegar a la extrema consecuencia de su muerte. (Menciona y dice poseer, la primerísima edición de los Cuadernos, editada a finales de los años cuarenta, del todo superada, lo que demuestra lo superficial y anticuada que es su lectura de Gramsci, suponiendo que realmente la hiciera).
El significado de las declaraciones de Sangiuliano es claro: en las palabras del ministro se nota sobre todo la tendencia a hacer de Gramsci exactamente lo que Gramsci no es, la pretensión de transformarlo en punto de referencia para las clases subalternas, en una especie de expresión del «espíritu italiano», como Fichte lo fue para el espíritu alemán. Conduciendo a Gramsci por la estela de un fascismo como realización del liberalismo, camino indicado ya por el propio Gentile, se pretende cortar sus profundos lazos con el movimiento obrero, con el movimiento de emancipación de las clases trabajadoras, con todos aquellos que han luchado o luchan por superar una sociedad profundamente injusta como la actual. Intentan convertirlo en mentor de un abstracto concepto de nación, sustrayéndolo de su más auténtica dimensión, como punto de referencia en la lucha por la emancipación de los «grupos sociales subalternos» contra la dominación de la clase dominante que históricamente fomentó y alimentó al fascismo.
De Francia a Fiuggi
No se puede decir que el intento de Sangiuliano sea nuevo. Antes, otros han intentado la incorporación cultural de Gramsci a la derecha y la extrema derecha, aunque a costa de demoler por completo sus principales fundamentos teóricos, políticos y culturales. La operación comenzó en los años setenta en Francia con el filósofo Alain de Benoist[5], impulsor de lo que él mismo denominó «un gramscismo de derechas». Para este pensador, sin duda original y de un nivel no evaluable a sus epígonos italianos, la derecha debía centrarse en la cultura para remontar la cuesta de la marginalidad política y conquistar una nueva hegemonía. Recomendaciones que fueron atendidas, no sólo por figuras destacadas de la derecha, como el expresidente Sarkozy, sino también por muchos pensadores de los diferentes grupúsculos que forman la galaxia de la derecha italiana, a partir de cierto momento se mostraron muy activos abriendo librerías, revistas y editoriales para ayudar a difundir a “sus” autores y su “concepción del mundo”. En el fondo, el general Vannacci[6] es el último epígono de esta cohorte.
Desde hace décadas Alain de Benoist se ha convertido en la estrella polar de la derecha, incluso de las organizaciones juveniles de la Alleanza nazionale, y el propio Fini se dio cuenta de que la idea de la política que proponía el filósofo francés tenía consenso y llegar a fascinar, creando un gran número de seguidores convencidos. A fin de cuentas, el gramscismo de derechas de de Benoist, tan sólo expresaba la necesidad genérica de que la derecha prestara atención a la dimensión cultural y metapolítica, con la intención de refundarse y dar vida a un nuevo sentido común (esta sí, una propuesta gramsciana). Partía de la convicción, no peregrina, de que el hombre es un animal simbólico que se identifica con su propia cultura.
En los años noventa, la derecha italiana extrajo de este mensaje la convicción de que no debía de desecharse la forma partido, sino cambiarse abriéndose a la sociedad, utilizando (aunque no sólo) la dimensión cultural y de los medios de comunicación de masas, que son una parte relevante de la propia sociedad.
En las Tesis De fiuggi de 1995, desarrolladas para el congreso del que sobre las cenizas del Movimento sociale nacía la Alleanza nazionale se puede leer:
En la cultura política de la derecha, síntesis de los movimientos intelectuales inspirados en el realismo, y en la que, por poner sólo algunos ejemplos, tienen cabida el decisionismo de Schmitt y las elaboraciones del sociologismo político de Pareto, Mosca y Michels, el anti estatismo y la crítica a la partidocracia de Don Sturzo, el pragmatismo de Rensi y el relativismo de Tilgher, las aperturas humanistas de Giovanni Gentile y las sugerencias sociales de Spirito, Prezzolini y Papini, Martinetti y Soffici, Evola y D’Annunzio; en esta cultura política vemos el fundamento de la conjugación del principio de libertad con el de autoridad.
Y además:
El legado de Alleanza Nazionale está entretejido con esa cultura nacional que en cualquier caso nos hace hijos de Dante y Maquiavelo, de Rosmini y Gioberti, de Mazzini y Corradini, de Croce, Gentile e incluso de Gramsci.
¿De qué Gramsci se trataba, si no del “tergiversado” por de Benoist? Un Gramsci para un partido liberal-autoritario que, aunque se distanciaba del fascismo, lo reinterpretaba en términos de «comunitarismo asociativo» post-welfare, y de Estado fuerte. De ahí, vale la pena repetirlo, la invención del denominado «gramscianismo de derechas» que básicamente derivó del concepto gramsciano de nacional-popular, al que se añadió un tinte nacionalista y populista “comunitario”.
Sin embargo, deberíamos pedir a aquellos que toman la iniciativa de tratar de asimilar a Gramsci en el Panteón de la derecha que reconozcan un juicio como este, tomado de una artículo gramsciano de 1921:
¿Qué es el fascismo italiano? Es la insurrección del más ínfimo estrato de la burguesía italiana, el estrato de los holgazanes, de los ignorantes, de los aventureros, a los que la guerra ha dado la ilusión de servir para algo y de tener que contar para algo, a los que la decadencia política y moral ha hecho avanzar, a los que la cobardía generalizada ha dado fama de valientes[7].
Sería embarazoso para Sangiuliano, quien todavía lleva el símbolo de su propio partido, la llama tricolor de un MSI que nunca se disolvió sino que se transmutó en Alleanza nazionale, y que tiene en Fratelli d’Italia su continuación natural, aceptar semejante juicio, o muchos otros aún más duros, expresados por Gramsci tanto hacía el fascismo como contra Mussolini, o contra muchos de los miembros del personal «Panteón» evocado por Sangiuliano en el Corriere della Sera.
Desacuerdos
Sin embargo, hay voces que desde la derecha se desvinculan de Sangiuliano. Gaetano Quagliariello es uno de ellos, quien declaró que consideraba un anacrónico, desde el punto de vista cultural, y por tanto político, recurrir a Gramsci, mientras que por el contrario sería valioso retomar Croce y a Gentile. En este sentido,proponía celebrar en 2025 el centenario de la publicación de dos manifiestos, el fascista de Giovanni Gentile y el de los «intelectuales antifascistas», entre los que se encontraba Bendecido Croce, como «examen deconciencia del liberalismo italiano estableciendo los errores, las insuficiencias y las razones de su derrota en el escenario político italiano»[8]. Una propuesta original, que equiparaba a fascistas y a antifascistas (moderados) haciendo abstracción del contexto histórico en que fueron escritos los “manifiestos” – el añosiguiente al asesinato de Matteotti y en pleno inicio del juicio que conduciría al fascismo a la dictadura. Todo para ensalzar un horizonte “liberal” común que a la larga habría podido incorporar incluso al fascismo. Y que fue derrotado, pero que – parece auspiciar Quagliariello – podría resurgir, si no lo ha hecho ya.
Otra voz crítica con Sangiuliano fue la de Marcello Veneziani, un destacado intelectual de la extrema derecha durante muchas décadas, capaz también de llegar a ser “de gobierno”. Ya en 2002 había expresado su punto de vista sobre la cultura de la derecha, argumentando que ésta era más realista que la de la izquierda, que piensa que puede cambiar la naturaleza humana y, por tanto, la sociedad, partiendo de una idea normativo-universalista. Mientras que el realismo de la derecha, apegándose al estado de hecho y a las diferencias existentes, las respeta y respeta la realidad. De hecho, ¿la esencia de la derecha no es precisamente no querer cambiar el núcleo duro de la sociedad existente? Ciertamente, incluso en la derecha hay ideas correctivas sobre el mundo, pero son parte de una historia pasada, como la referencia al fascismo. Veneziani sostenía que derecha/izquierda era una dicotomía anacrónica sin sentido[9].
Veneziani volvía una década después con un artículo sobre Gramsci titulado ¿Gramsci? Mussoliniano. El líder de los comunistas estuvo cercano al fascismo[10] e incluso propuso la yuxtaposición entre Gramsci yMussolini en un volumen[11] en el que dedica un capítulo a Gramsci titulado Entre Lenin y Mussolini. De una forma muy explícita, el autor se dirigía los enseñantes, sobre todo a los que definía de “formación gramsciana”,que no eran conscientes de que Gramsci los había definido (según él) como «un aburrido montón de sabelotodo»[12] y de «profesores canallas, saqueadores de exquisita paja y perlas, vendedores de chatarra»[13].
En realidad, en el artículo del 1916 Gramsci recordaba su “aprendizaje universitario”, alegrándose de haber tenido maestros notables que le habían trasmitido la seriedad y el rigor en sus estudios, así como el método, la aplicación en la investigación, a la pasión filológica, la dimensión civil de la enseñanza: «La enseñanza, llevada a cabo de esta manera, se convierte en un acto de liberación […]. Es una lección de modestia que evita la formación de la tediosa oruga de los sabelotodo, los que creen haber desentrañado el universo cuando su feliz memoria ha conseguido embutir en sus epígrafes una serie de fechas y de nociones particulares». Es decir, Gramsci afirmaba exactamente lo opuesto de cuanto Veneziani (astutamente) daba a entender en su libro. Cuando la cultura de derechas se relaciona con Gramsci, lo hace de manera superficial y tramposa.
Como corrobora también la segunda cita de Veneziani. Que en realidad, a pesar de en el libro aparece entrecomillada, es un amasijo de frases tomadas de aquí y de allá. Se trata de un texto en el que Gramsci defiende el uso de la gramática latina del erudito alemán Schultz de los ataques de Arnaldo Monti («presidente del “fascio de estudiantes por la guerra y la idea nacional”»), quien aprovechaba para atacar la obra del autor alemán, con el pretexto de que se estaba en guerra contra los alemanes. En realidad, los epítetos gramscianos citados por Veneziani no van dirigidos contra los profesores como tales, sino contra el mencionado Monti, «insaccatore di leggiadra pula», que atacaba a Schultz proponiendo la prohibición de un libro científicamente bien elaborado sólo porque lo había escrito un alemán (algo parecido a aquellos que, no hace tanto tiempo, pretendían prohibir los ballets de Chaikovski a causa de la guerra de Ucrania), mientras que -sostenía Gramsci- el estudio de la escuela clásica «debe preparar jóvenes que tengan un cerebro íntegro, dispuesto a captar todos los aspectos de la realidad, acostumbrado a la crítica, al análisis y a la síntesis»
Recientemente, Veneziani volvió a tratar estos temas en un artículo titulado Rispettiamo l’intellettuale Gramsci ma era nemico di civiltà e cultura (Respetamos el intelectual Gramsci pero era enemigo de civilización y decultura)[14]. A partir de un uso totalmente tergiversado de los textos de Gramsci, el autor rebatía las tesis del ministro Sangiuliano concluyendo: «Respeto humano e intelectual por Gramsci, pero no olvidemos que fue un enemigo de la libertad, de la civilización y de la identidad cultural y civil italiana». Veneziani se oponía a la entrada de Gramsci en el Panteón de la derecha, aunque con argumentos que derivan de un «apremio» evidente y sin escrúpulos de los textos, algo a lo que Gramsci se oponía, y que para el autor de los Cuadernos de la cárcel consistía en «hacer decir a los textos, por amor a la propia tesis, más de lo que los textos realmente dicen […] pero ¿el descuido y la incompetencia no merecen sanción, al menos una sanción intelectual y moral, si no judicial?»[15].
«Pastiches» de patas cortas
Realmente, el objetivo del ministro Sangiuliano y de quienes gobiernan hoy en Italia es la reconstrucción de una hegemonía cultural de la derecha. Francesco Giubilei (presidente de la Fundazione Tatarella), exponente de este mismo grupo, ha escrito un librito[16], una antología de escritos gramscianos dedicados a la Hegemonía cultural, tan mal hecho, inconsistente, sin la mínima seriedad crítica o científica, que no vale la pena ni siguiera nombrarlo.
En realidad, se trata de la búsqueda de un ubi consistam (punto de apoyo o de partida) a partir de un eclecticismo que pretende unir a Dante, Leopardi, Prezzolini, Gramsci, Gentile y Croce, sirviendo este último como deidad tutelar. Aunque Croce tuvo seguramente sus momentos de debilidad frente al fascismo, incluso durante los días del secuestro y asesinato de Giacomo Matteotti, es innegable que fue uno de los protagonistas del antifascismo, algo que Sangiuliano y la derecha no reconocen y sobre lo que ni siquiera se pronuncian. ¿Podría convertirse en el referente de una cultura que, no definiéndose abiertamente como antifascista, lo vería ponerse de su lado casi a regañadientes?
A la pregunta de los periodistas sobre si se sentía “antifascista”, el ministro ha respondido mostrando signos de enfado: «Si tuvieran un mínimo de memoria histórica, recordarán que hace poco participé en un programa de televisión, Piazza pulita, donde dije que si hubiera vivido en aquellos años habría sido partisano de las brigadas de Edgardo Sogno» (cofundador, en la Italia republicana, de la estructura anticomunista Pace e libertà y acusado de ser uno de los organizadores del golpe blanco de 1974). A continuación, el ministro recordó que el Parlamento Europeo votó el 19 de septiembre de 2019, con la decisiva contribución del Grupo Socialista y Demócratas (incluida la delegación de eurodiputados italianos), y adoptó una resolución que lleva por título Importancia de la memoria europea para el futuro de Europa, que equipara nazi fascismo y comunismo[17]. Y concluyó haciendo la siguiente pregunta a los periodistas: «Entonces, yo digo que soy antifascista, pero ¿son ustedes anticomunistas?», pregunta sin ningún valor si se quiere equiparar nazi fascismo y comunismo, ya que el primero fue el “mal absoluto” contra el que también luchó el segundo, que posteriormente eligió la democracia en Italia y redactó junto a otros una constitución republicana que no sería equivocado definir como “antifascista”. Un ministro no debería olvidarlo.
La equiparación es la expresión de un juicio no histórico sino político sobre dos experiencias del siglo XX que tuvieron orígenes totalmente diferentes. Supone una astuta utilización de la historia para amoldarla a un discurso partidista sin ningún respeto por la propia veracidad histórica.
El pensamiento de Gramsci se nutrió también de una fecunda contaminación que vio, como, al mismo tiempo que Labriola, tanto Croce como Gentile trabajaban sobre los textos de Marx, aportando una lectura de la elaboración marxiana aceptada por Gramsci en un primer momento, pero que sería abandonada y duramente criticada, para «volver a poner en circulación el pensamiento de Labriola» y su núcleo portante, la praxis. La praxis sobre la que escribió Gramsci es revolucionaria y su terreno de aplicación es la hegemonía como capacidad de agregación política y cultural. Es lo contrario de lo que mantenía Gentile, es la historia de las luchas por la transformación del mundo, es la adquisición de un punto de vista que, como Maquiavelo, mira de abajo a arriba, asumiendo el punto de vista de los oprimidos. En esencia, la hegemonía es ante todo autonomía,la misma autonomía de la que se hicieron portadores los comunistas italianos enseñando a las clases subalternas a no quitarse más el sombrero frente a aquellos amos ante los que antes estaban obligados a inclinarse.
Por todo esto, todos los intentos de aquellos a los que el comunista sardo había definido como «recopiladores de frases hechas»[18] serán en vano. Queda el grave y peligroso intento de la creación de un nuevo sentido común de masas que se intenta construir con un uso tendencioso y sin escrúpulos de los medios de comunicación de masas y de instrumentos culturales públicos que debieran ser comunes. Una tentativa que debemos combatir.
Notas
[1] Nota del traductor: Se trata del poema All’Italia (A Italia), del poeta romántico y filósofo Giacomo Leopardi.
[2] Sangiuliano: «Dante, Leopardi e Gramsci, rilanciamo la cultura italiana. Basta sacerdoti del politicamente corretto», entrevista de MarioAjello, en diario Il Messaggero, 23 de octubre de 2022.
[3] Genaro Sangiuliano, Il politico, l’intellettuale. Antonio Gramsci e l’identità italiana, publicado en el diario Corriere della sera, 17 de enero de 2024.
[4] Antonio Gramsci, Cuadernos de prisión, Madrid, Ediciones Akal, 2023, p. 630 (Cuaderno 23, § 3).
[5] Sobre de Benoist sigue vigente el libro de Francesco Germinario, La destra degli dei. Alain de Benoist e la cultura politica della nouvelle droite, Turín, Bollati Boringhieri, 2002.
[6] Nota del traductor: El autor hace referencia a la polémica generada en Italia a partir de la publicación de un libro escrito por Roberto Vannacci, general del ejército italiano, El mundo al revés, en el que atacaba a los homosexuales, las feministas y a los inmigrantes.
[7] Antonio Gramsci, Politica fascista, publicado en L’Ordine Nuovo, el 25 de mayo de 1921, en Id., Socialismo e fascismo. L’Ordine Nuovo 1921-1922, Turín, Einaudi, 1974, págs. 167-168.
[8] Gaetano Quagliarello: «Llevar a Gramsci a la derecha es una maniobra de retaguardia», entrevista de Federica Fantozzi, en Huffington Post, publicado el 9 de enero de 2024.
[9] Marcello Veneziani, La cultura della destra, Roma-Bari, Laterza, 2002.
[10] Il Giornale, 24 de octubre de 2011.
[11] Marcello Veneziani, Imperdonabili. Cento ritratti di maestri sconvenienti, Venecia, Marsilio, 2021.
[12] Antonio Gramsci, L’Università popolare, publicado en Avanti!, 29 de diciembre de 1916, ahora en id., Scritti (1910-1926), vol. 1: 1910-1916, editado por Giuseppe Guida y Maria Luisa Righi, Edición nacional de los escritos de Antonio Gramsci, Roma, Istituto della Enciclopedia italiana, 2019, págs. 804-806.
[13] Antonio Gramsci, Caratteri italiani: La difesa dello Schultz, publicado en Avanti!, 27 de noviembre de 1917, en íd., Scritti (1910-1926), vol. 2: 1917, editado por Leonardo Rapone, Edición nacional de los escritos de Antonio Gramsci, Roma, Istituto della Enciclopedia italiana, 2015, pp.603-604.
[14] Marcello Veneziani, Rispettiamo l’intellettuale Gramsci ma era nemico di civiltà e cultura, en La verità, pubicado el 18 de enero de 2024.
[15] Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel, cit., p. 126 (Cuaderno 6, § 198).
[16] Antonio Gramsci, L’egemonia culturale, Introducción de Francesco Giubilei, Roma, Historica edizioni, 2022.
[17] Respecto a esta cuestión, véase Guido Liguori, Per la difesa della storia e della memoria, contro l’equiparazione di comunismo e nazismo, en Critica Marxista, 2019, n. 6, págs. 36-40.
[18] La expresión aparece dos veces en los Cuadernos de la cárcel, cit., págs. 412 y 668 (Cuaderno 9, § 63 y Cuaderno 11, § 22).