La recreación de un clásico en América Latina: Antonio Gramsci en el pensamiento de Pablo González Casanova

Jaime Torres Guillén*

Resumen

El artículo se compone de tres partes en las que se reconstruye la trayectoria teórico-política del intelectual mexicano Pablo González Casanova en tanto que re-elaboración de la reflexión gramsciana para pensar la lucha democrática en América Latina y se muestra su esfuerzo por argumentar la especificidad de la cuestión democrática latinoamericana como parte de un camino históricamente determinado hacia el socialismo. Primero, se recupera su reflexión acerca del nacionalismo revolucionario mexicano. Segundo, se reflexiona sobre la articulación que hace González Casanova entre la lucha democrática y la lucha por la liberación nacional. Tercero, se aborda la re-elaboración creativa del autor sobre el concepto gramsciano de hegemonía como práctica política, con base en las “masas populares” centroamericanas que, en la lucha por su liberación, lograron la síntesis y superación de la dicotomía democracia-socialismo.

Prenotando

Pablo González Casanova se interesó por el marxismo de Antonio Gramsci porque lo acercó a un planteamiento nuevo de la democracia, distinto al liberal clásico, y posteriormente al socialdemócrata. A finales de la primera mitad del siglo XX, el autor de La democracia en México conoció a Gramsci -tras un regalo de las obras completas del intelectual italiano recién publicadas por Giulio Einaudi. El obsequio vino nada más y nada menos que de Vicente Lombardo Toledano.[1] En el devenir de la formación de González Casanova, la filosofía de Gramsci se combinó con el marxismo-leninismo singular de Lombardo Toledano, con el nacionalismo revolucionario mexicano y con el legado de la Revolución Cubana.[2]

Esta síntesis intelectual permitirá encontrar un hilo conductor entre la posición teórica y política del Pablo González Casanova de finales de los años sesenta y la serie de ensayos que intentaron explorar el mundo de la democracia, la liberación y el socialismo desde Centroamérica, en la década de los ochenta.[3] En ambas décadas consideró a la democracia en América Latina como la antesala del socialismo, un principio rector para lograr los objetivos políticos de cada periodo. Lo pensó desde el nacionalismo: sin democracia no hay desarrollo; desde su antiimperialismo: no es posible la liberación sin democracia; y desde el marxismo gramsciano: sin ella tampoco la construcción del socialismo se logrará.

Para explicar lo anterior, se desarrollará el principio y compromiso del itinerario conceptual, teórico y político de González Casanova que lo une al pensamiento de Antonio Gramsci. Para ello el trabajo se dividirá en tres partes. En la primera se desarrolla de manera breve uno de los argumentos principales de La democracia en México, a saber: las luchas en pro de las libertades democráticas dentro del capitalismo son previas al camino hacia el socialismo en México.

Para el caso de América Latina, se mostrará que González Casanova traslada su análisis de la lucha por la democracia a los pueblos de este continente inspirado en la Revolución Cubana. Encuentra que el sometimiento colonial de éstos los insta a incluir el problema de la liberación nacional al lado de la lucha democrática, por lo que la movilización política del pueblo latinoamericano se presenta distinta a la liberal y comunista, aunque con grandes posibilidades de combinación. En esta segunda parte se aborda el fenómeno del poder del pueblo con democracia, pluralismo ideológico, autonomía y participación popular, como objetivos previos al socialismo.

En la tercera parte se muestra cómo González Casanova recrea el concepto gramsciano de hegemonía, a la luz de la revolución centroamericana. Al percatarse de que en la práctica política popular de América Latina, los conceptos de liberalismo, democracia, nacionalismo y populismo se ligaban dialécticamente con el concepto de socialismo, González Casanova intentó enriquecerlos y aplicarlos a las luchas de los pueblos por su liberación como en los casos de Cuba y Nicaragua.

I

Cuando en 1965 Pablo González Casanova publicó La democracia en México, lo que lo hizo pensar en combatir el “marginalismo” y la “sociedad dual”, como en ese entonces se denominaba al subdesarrollo, fue su defensa de la ideología de la Revolución Mexicana “desde un nacionalismo antiimperialista” y su perspectiva de un Estado fuerte, fruto de la alianza del gobierno con el pueblo, mediante el cual se lograra la integración nacional. Sus referentes fueron la política social del cardenismo y la estrategia política de Vicente Lombardo Toledano.

Lombardo Toledano quería sintetizar marxismo y nacionalismo en la práctica, bajo la idea de que para transitar a un régimen socialista se debía establecer una alianza entre los gobiernos posrevolucionarios y la burguesía nacional. Así, se consolidaría el proyecto nacionalista en un país semi-colonial como lo era México. Es decir, si se fortalecía una clase burguesa, se desarrollaría un proletariado autónomo, con lo cual se prepararía el camino hacia el socialismo. En este sentido creía que la “táctica de la unidad nacional era el objetivo inmediato de la lucha por el socialismo en México. Esto es, “la política de unidad nacional implicaba subordinar la lucha de clases en pos de un objetivo que podría traer mayores beneficios para el proletariado y para la Nación en su conjunto, porque lo que se buscaba era el desarrollo capitalista independiente” (Niszt, 2009:54).

La visión de Pablo González Casanova sobre la democracia en México, en la década de los sesenta, tenía este tinte lombardista y nacionalista. La propuesta política que sentaba sus bases en el desarrollo pleno de una revolución democrático-burguesa a través de la unidad nacional, al lado del ideal de Lázaro Cárdenas, defensor de la soberanía nacional, eran los lentes bajo los cuales habría que entender la postura política que presenta en La democracia en México.[4]

En esos años, nuestro autor fue criticado por plantear que uno de los objetivos principales para la democratización y el desarrollo del país debía ser la integración nacional, con lo cual se terminaría con la marginalidad y el colonialismo interno (González Casanova, 1965:112). Esto es, se hacía necesario que la población marginada se integrara a la vida cívica, a una ciudadanía económica y política plena. El cuestionamiento venía de quienes en ese momento se adscribían al marxismo como la interpretación correcta de la historia.

Pero la postura de González Casanova era clara. Insistía en acentuar la política secular frente a cualquier injerencia religiosa, redistribuir el ingreso, democratizar y mantener el partido predominante, e intensificar el juego democrático de los demás partidos, lo cual obliga a la democratización interna del partido como meta prioritaria, y a respetar y a estimular a los partidos de oposición revisando de inmediato la ley electoral; que la democratización del partido debe estar ligada a la democratización sindical y a la reforma de muchas de las leyes e instituciones laborales, entre otras tareas (Ibid.).

El principio del que partía era: para que exista desarrollo en México es necesario democratizar las instituciones parlamentarias y los partidos; que el Estado controle el poder económico del sector público; que se incluya en la participación política a los grupos minoritarios políticos y culturales, incluidos los indígenas; que se democraticen los sindicatos y se creen nuevas formas de gobierno. Si eso no ocurría no habría desarrollo. La única opción era “la decisión -gubernamental y popular- de una democracia efectiva, que amplíe el mercado interno, acelere la descolonización del país y la integración nacional e intensifique las medidas de independencia nacional y de negociación en un plano de igualdad con las potencias extranjeras, particularmente con los Estados Unidos” (Ibid.:173).

Ante este panorama, González Casanova se pregunta por las posibilidades de la democracia en México. Su punto neurálgico son los pobres, los marginados del país. Para reflexionar sobre el tema de la democracia, él elige dos ideologías del momento y en pugna: el marxismo y el liberalismo. Frente a éstas se cuestionó: “¿Qué piensa el marxismo sobre las posibilidades de establecer una democracia capitalista en México?” “¿Qué piensa el liberalismo o la sociología liberal sobre estas mismas posibilidades?” (Ibid.:184).

Su análisis marxista sobre México fue bajo la premisa de que la lucha de clases estuvo mediada por una Constitución liberal que instrumentó la incipiente burguesía en alianza con los trabajadores organizados y los campesinos armados. El objetivo fue luchar juntos contra el latifundismo y el imperialismo. De este pacto quedaron al margen las “masas exhaustas del pueblo” (Ibid.:186). En este sentido, la Constitución “fue un instrumento del desarrollo del capitalismo y del desarrollo del país dentro del capitalismo. Pero como el país no se desarrolló plenamente dentro del capitalismo, las instituciones más características de la democracia capitalista tampoco se desarrollaron” (Ibid.:187).

El desarrollo de la burguesía en un país con problemas de colonialismo interno, según González Casanova, impedía el cumplimiento jurídico de la Constitución a cabalidad. En otras palabras:

Las formas jurídicas tradicionales de la Constitución no se cumplen ni se cumplirán en la medida en que no haya un desarrollo plenamente capitalista en México. Mientras haya colonialismo interno y no se alcance un relativo nivel de igualdad con los Estados Unidos “hecho improbable en tanto subsista el imperialismo” no habrá partidos políticos que se sucedan pacíficamente en el poder ni gobiernos estatales soberanos: mientras subsista el colonialismo interno no habrá sufragio universal, ni libertad municipal (Ibid.:189).

La lectura era que la ruta hacia el socialismo en México pasaba previamente por las luchas en pro de las libertades democráticas dentro del capitalismo. En aquel entonces, para González Casanova la lucha cívica no se había agotado aún, por lo que expresaba:

los marxistas no deben ver en cualquier algarada, motín, movimiento huelguístico, por importante que sea, el síntoma indiscutible de que ya llegó el tiempo de otra revolución, de que ya se dieron las condiciones de otra revolución. No habrá otra revolución en México “y de ello es necesario tener clara conciencia” sino cuando la estructura social sea incapaz de resolver los problemas urgentes del desarrollo de la nación y cuando se hayan agotado las posibilidades de una lucha cívica (Ibid.:196).

El sociólogo mexicano ve en el sistema político de ese momento la posibilidad de cambio democrático. Por eso abonó a la idea de que defender la Constitución para resolver los problemas nacionales dentro del sistema capitalista era, en ese contexto, una tarea nacional y democrática.[5] Así, bajo la influencia del nacionalismo revolucionario cardenista-lombardista y convencido por los datos que arrojaba el estudio científico de su obra, González Casanova afirmaba con cierta autoridad moral que el socialismo en México comenzaba con la construcción de la democracia.

II

Para el caso de América Latina y su proceso de liberación nacional en el siglo XX, González Casanova siguió el mismo principio. Comprender el dinamismo social del continente requería, en primera instancia, estudiar las guerras contra el imperialismo en todos sus niveles, las democracias emergentes, armadas y desarmadas, de los pueblos que luchaban por su emancipación.

Es sumamente interesante que el sociólogo mexicano tratara de situar una manera de pensar propia en América Latina a partir de sus propios recursos epistemológicos.

Inspirado sobre todo en la Revolución Cubana insta a hacer la historia de América Latina desde sus pueblos y con los propios recursos cognitivos, vivenciales y metodológicos. José Martí, Augusto César Sandino, José Carlos Mariátegui, Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Gustavo Gutiérrez, Paulo Freire y otros creadores del pensamiento latinoamericano, generaron una cultura de comunicación alternativa a la de las dictaduras y las tiranías del continente, por lo que habría que recurrir a esas fuentes. Para él, la Revolución Cubana confirmó que la alternativa sólo triunfa con el poder y la conciencia de todo el pueblo (2007). La articulación entre bases y vanguardia, combinada con ética y conciencia, ofrece una capacidad enorme para resistir los embates del tirano. En Cuba, la lucha por la democracia es en lo concreto y bajo la presión del poder popular:

Nada de abstracciones en la lucha por la democracia sin aclarar que se lucha contra la falsa democracia neocolonial y oligárquica; que se lucha contra el poder del Estado que es un instrumento del imperialismo y sus asociados y subordinados locales “o más específicamente” instrumento de las compañías y de las burguesías neocoloniales y rapaces. Nada de quedarse en los sistemas políticos que son parte de ese Estado, con el que mediatizan sus estructuras de explotación, depauperación, subyugación de los trabajadores, de los campesinos, pueblos y sectores medios. Nada tampoco con quienes desde la clase política y su lógica negociadora pretenden ponerse a la cabeza de un movimiento que son incapaces de llevar a sus últimas consecuencias (González Casanova, 2007).

Habría que destacar que esa democracia concreta es del pueblo. Pero ¿qué cosa es el pueblo? La vida material y moral de lo que en América Latina se ha denominado pueblo o, algunas veces, los pobres de la tierra, contiene un fuerte componente de agravio causado por el colonialismo, el capitalismo, el imperialismo, las dictaduras civiles y militares, además de la institucionalización del desprecio. Etnias, mujeres, pobladores urbanos, estudiantes, campesinos, trabajadores de la ciudad, jóvenes, amas de casa, sindicalistas, se han identificado en sus diferentes luchas no sólo por conflictos socioeconómicos o culturales, sino también por el grado de indignación que les causan las acciones del sistema económico, político y militar dominante en el continente. A esa identificación González Casanova le llama la lucha del pueblo. Esa es la idea de pueblo que han expresado Martí, Sandino, Mariátegui, Gustavo Gutiérrez, Paulo Freire, Enrique Dussel y el propio Pablo González Casanova.

Desde otro punto de vista, los pueblos latinoamericanos en su historia se miran bajo el crisol de la democracia. Por esta razón, González Casanova consideró que a fina- les de los setenta y principios de los ochenta del siglo XX un fantasma recorría América Latina: no era el fantasma del comunismo sino el espectro de la democracia (González Casanova, 1985b:36). El interés por la democracia surgía en el continente después de los fracasos del populismo, de la izquierda autoritaria, de la derecha insensible a las demandas populares y del Estado represor. El pueblo quería el poder y eso era lo nuevo en América Latina. La sociedad civil buscaba ser la protagonista de la historia en torno a la democracia, pero el pueblo se insertaba en esa lucha de una otra manera: no era la ciudadanía de Montesquieu, ni los partidos comunistas de Lenin o Mao, era la lucha del pueblo trabajador que quería un Estado anti-intervencionista, anti-golpe militar, con pluralismo ideológico, que reconociera autonomías y la participación popular.

El pueblo y sus organizaciones al lado de la clase obrera querían tomar el poder para democratizar las relaciones sociales del continente. Se trataba de un poder autónomo que no sólo criticaba al Estado “esto ya lo hacían los neoconservadores”, no se trataba sólo de defender a la sociedad civil pues desde hace bastante tiempo esto lo hacían los herederos de Locke y Kant. El nuevo movimiento obrero democrático, político y revolucionario descubría que había diferencia entre política y poder. Se hacía política para tomar el poder, a veces preparándose para una larga lucha en lo político desde diferentes frentes: organizaciones cívicas, movimiento obrero, milicias populares, elecciones, frentes, colectivos. El poder del pueblo se volvía meta del pueblo y se vinculaban las luchas por la democracia con las luchas por la liberación y el socialismo.

Desde principios del siglo XX, en América Latina los gobiernos locales y sus burguesías habían buscado tener de su lado a los movimientos obreros creando centrales y confederaciones que permitieran la burocratización de la actividad proletaria, separándola de los campesinos, de los indígenas y del movimiento popular. Las negociaciones y concesiones al movimiento obrero latinoamericano le habían permitido a la clase dominante golpear y someter a los campesinos, a los indígenas y a los sectores semicoloniales debido a su marcada desorganización. Pero el dominio cultural colonial era más efectivo. Los modos de ser que imprimían las clases hegemónicas expresados en autoritarismo, ignorancia, indolencia, racismo, desprecio al diferente, en muchas ocasiones fueron asimilados por las propias organizaciones rebeldes (González Casanova, 1985c:453). Esto podía revertirse si las organizaciones proletarias y populares adquirían autonomía política y cultural. Para esto, debían pensar una manera diferente de hacer política, de organizarse; ser éticos, aprender a hablar, ser autogestores y activistas honestos (Ibid.:454). Los ejemplos de esto eran Cuba en los sesenta y Nicaragua en los ochenta.

La autodeterminación de los pueblos de América Latina, su liberación de la situación colonial y neocolonial otorgaba a la lucha por la democracia en el continente “el triple carácter de una lucha del pueblo por la soberanía frente a las clases dominantes, por la integración autónoma de la poblaciones coloniales internas, y por el fortalecimiento del pueblo o nación-Estado frente a las naciones-Estados dominantes” (González Casanova, 1983:68). La inclusión de la democracia en la lucha por la liberación de los pueblos de América Latina marcó el análisis teórico y político de González Casanova sobre el continente.

III

Para los años ochenta, González Casanova no ignoraba que los proyectos democráticos del pueblo no serían viables sin una fuerza política, económica y militar que los impulsara y defendiera. Los casos de Uruguay y Chile mostraron, en los setentas, avances importantes en la democracia partidaria; en contraste, los golpes de Estado solapados por el imperialismo estadounidense dejaban sin esperanza a aquellos países (como los de Centroamérica y el Caribe) sujetos a intervenciones políticas y militares por parte de Estados Unidos.

Los proyectos democráticos en América Latina debían emplear la lógica y el lenguaje de la fuerza para defender su soberanía. González Casanova hace notar que la hegemonía y el poder del pueblo comenzaron a suceder en la historia de Cuba, Nicaragua y El Salvador. Se da a la tarea de teorizar esa nueva praxis política y revolucionaria para América Latina y el mundo.

Paradójicamente, en la década de los ochenta muchos intelectuales y académicos dejaron de utilizar los conocimientos adquiridos de frente a los acontecimientos de “Nuestra América”. Términos como imperialismo, explotación o socialismo, que en los años sesenta y setenta fueron enriquecidos a partir de las experiencias de los pueblos latinoamericanos, no pocos políticos y científicos sociales comenzaron a ignorarlos e inhibirlos y a fomentar fobias en su uso intelectual. Marxistas, miembros de los partidos comunistas, socialistas, trotskistas, marxistas-leninistas, se desplazaron hacia posiciones políticas más conservadoras y conciliadoras con el aparato de dominación. El lenguaje adoptó conceptos como socialdemocracia, eurocomunismo, republicanismo, parlamentarismo, centroizquierda, moderados, etcétera. El marxismo y Marx se distanciaban.[6] Sus antiguos profetas renegaban de su pasado. Parecía que la democracia se convertía en el único valor desde el que habría de partir el desarrollo de los pueblos. 

Así, los antiguos marxistas se convertían en demócratas. Contrariamente, Pablo González Casanova se acercaba cada vez más a Marx y teorizaba con mayor énfasis sobre las categorías de explotación, socialismo[7] y liberación, conjugadas dialécticamente con las propias, a saber, la democracia y el colonialismo interno. Sus análisis le indicaban que no pocos científicos sociales y políticos en turno, ocultaban en su retórica la lucha contra el imperialismo que se experimentaba en las calles, los barrios, las comunidades y los pueblos de América Latina. Por medio de discursos se trataba de ocultar la lucha de clases a partir de una idea de democracia que no correspondía a la experiencia de la liberación latinoamericana.

Otro elemento que se evadía era el colonialismo. Al marxismo siempre le costó trabajo captar el problema colonial. Por nacer en Europa tuvo poca conciencia anti- colonial. La descalificación de la lucha anticolonial era precisamente parte del colonialismo y del neocapitalismo. Eurocomunistas y socialdemócratas no quieren ver al trabajador colonial y menos a la población o al pueblo colonial. González Casanova aseguraba que el colonialismo era parte de la lucha de clases, pero ese descubrimiento epistemológico no lo habían registrado los marxistas europeos. El pensamiento marxista en Asia, África y América Latina entendió ese problema con mayor facilidad a través de las experiencias de liberación acaecidas en China, Vietnam, Cuba o Mozambique. En esas regiones, a las masas se les hablaba de liberación y no de socialismo, porque ellas debían hablar y comprender a éste en su propia experiencia de lucha política. De esta manera, los conceptos debían adquirir realidad y concreción en el pueblo para evitar reificaciones, producto de las mediaciones que hacían los gobernantes al servicio de los colonialistas y del imperio. Pocos entendieron que en América Latina los conceptos de liberalismo, democracia, nacionalismo, populismo, socialdemocracia, debían ligarse dialécticamente con los conceptos de socialismo y de marxismo-leninismo. Se trataba de llevar esos conceptos a la precisión de un análisis de la lucha de clases. La tarea del pensador latinoamericano consistía, según González Casanova, en desmitificar los conceptos, enriquecerlos y recrearlos.

Pablo González Casanova buscaba conciliar los conceptos y la práctica, al ejemplificar que en las luchas de los pueblos por su liberación (Cuba, Nicaragua) se tejían alianzas políticas. Congruente con esto, en la década de los ochenta, producto de su encuentro personal con la lucha centroamericana, utilizaba y recreaba el concepto gramsciano de hegemonía a la luz de la revolución latinoamericana. No ignoraba que su aparente nueva posición era vista con desconfianza por quienes lo habían considerado un intelectual liberal, de izquierda, aunque moderado.[8] Para él era evidente que había un conocimiento prohibido, que sus conceptos eran convertidos en tabú; uno de éstos era el de la hegemonía del pueblo que anunciaba el cambio histórico.

Es en este contexto que se utilizó el concepto de hegemonía de Gramsci, con gran acogida en América Latina debido a las condiciones de lucha por el socialismo, esto es, desde una estructura neocapitalista y colonial. Había fenómenos parecidos a los que narró Gramsci en La cuestión meridional, sobre todo en lo que se refería a la posibilidad de la alianza entre la clase obrera y los campesinos del sur de Italia con el fin de romper el bloque industrial-terrateniente y conquistar el poder.

González Casanova consideró que en el contexto latinoamericano los conceptos y apreciaciones gramscianas requerían “sin embargo la definición de los rasgos correspondientes a una situación periférica donde neocapitalismo y neocolonialismo presentan un desarrollo desigual de múltiples combinaciones” (1985a:11). Las combinaciones plantean la lucha por la democracia, la justicia social y contra el autoritarismo en todas sus manifestaciones. También la organización autónoma del pueblo.

González Casanova resume así lo que Gramsci entiende por hegemonía: a) la articulación de grupos y fracciones de clase bajo una dirección política y moral; b) un partido o “príncipe” que fusione; c) una multiplicidad de voluntades dispares con objetivos heterogéneos que se integra mediante una voluntad nacional popular o que la clase obrera dirija; d) un proyecto revolucionario y socialista, además de valores sociales que unifiquen lo diverso (Ibid.:11 y 12).

A la luz de los procesos históricos y políticos de América Latina, considera que la lucha por la hegemonía de la clase obrera latinoamericana ocurre en una situación compleja. Esta realidad provocaba confusión en la lucha por la hegemonía de la clase obrera: o se luchaba contra el imperialismo (populistas, nacionalistas), o se privilegiaba la lucha de clases interna (comunistas, izquierdistas). El dilema no era tal. Frente a la complejidad del bloque histórico dominante, González Casanova planteaba que los partidos u organizaciones socialistas también debían pensar en la liberación nacional; el asunto de la nación era un tema sin el cual no se le podía hacer frente a esta imposición, de pensar sólo en la liberación nacional. Sugiere, por lo tanto, que la lucha sea por el socialismo, por la liberación nacional y por la democracia.

La confusión se explicaba en términos gramscianos: la clase dominante dirige y controla mediante la penetración de sus ideas por medio de la escuela, las iglesias, las instituciones y los medios de comunicación. Por el contrario, los intelectua- les laicos no responden a su tarea de educadores, no han elaborado un humanismo laico diferente al de la burguesía, ni el pueblo ha defendido su cultura laica, por lo que no logra ganar la hegemonía nacional.

La dificultad de los partidos comunistas y socialistas para formular una política hegemónica tenía que ver con la falta de entendimiento del concepto de pueblo. Otra cuestión grave fue que en el movimiento obrero latinoamericano no existía una voluntad de toma del poder. “En tiempo de crisis y de terror, éste es el último en aspirar a la toma del poder” (Ibid.:19). Por otro lado, era evidente que por esos años, en la mayoría de los países latinoamericanos, no existía una democracia abierta que permitiera la participación de todos en la esfera pública. Era muy diferente a lo que sucedió en la Rusia zarista y en la Italia de Gramsci. En los países en que sí se daba este tipo de política, el consenso y la negociación beneficiaban a una población muy reducida, que también sufría las consecuencias de una cultura y una conciencia autoritaria (Ibid.:21).

El camino era pensar en una nueva forma de hacer política, de dar órdenes, una cultura crítica, política y práctica de poder, de discurso consecuente, de aprender a hablar la verdad, de aprender dialéctica (Ibid.:25). La autodeterminación y hegemonía de los pueblos era un camino de liberación. González Casanova lo ve de cerca. Lo observa en Cuba en los años sesenta y en Nicaragua en los ochenta. En ambos casos estaba en juego no sólo la economía de un pueblo, también su política o cultura, su saber, su autonomía y dignidad.

Al igual que Gramsci, González Casanova sostiene que la formación de las masas no sólo es política, también es intelectual y moral. Se trata de construir una nueva cultura que renueve la política, la economía y la sociedad en general. Esa no vendrá ni de la clase ni de las instituciones que ideológicamente dominan, de hecho el fin del Estado-coerción no sólo depende de suprimir la propiedad privada en la economía, sino también de desplazar la apropiación privada del saber y la cultura (Coutinho, 1986:154).

En atención al proceso revolucionario en Nicaragua, el sociólogo mexicano observa que la necesidad de luchar por la conquista de la hegemonía, de la dirección política o del consenso del pueblo, llega a generar la victoria de la revolución. Como Gramsci, en aquel tiempo González Casanova afirmaba que en términos históricos, algunas veces las clases dominantes pierden el consenso y la legitimidad entre las clases subalternas y las grandes masas, por lo que éstas ganan espacios y posiciones. Las primeras buscan recomponer el camino y hacen concesiones o reformas esperando que la incapacidad de las segundas termine por ceder de nuevo la hegemonía a aquéllas, pero la conquista de posiciones por parte del pueblo termina por condicionar la solución de esta “guerra”.

En Nicaragua, el desastre económico para las grandes masas, la burguesía nacional y el terror represivo fueron las constantes de la dinastía Somoza. Sus opositores salieron de todos lados: socialcristianos, liberales, obreros, socialistas, campesinos, católicos, clases medias. Entre todos ellos destacó el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Desde 1961, año de la fundación del FSLN, hasta el 10 de enero de 1978, fecha del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, la familia Somoza convirtió al país entero en su enemigo principal. La lucha social contra esta dictadura provenía no sólo de las barriadas indígenas y populares, también de los sectores burgueses aglutinados en el Partido Social Cristiano, el Partido Liberal Independiente y el Partido Conservador. Después del asesinato de Chamorro, la correlación de fuerzas en contra del somocismo fue definitiva. La burguesía perdió legitimidad y los sandinistas conquistaron la hegemonía de los movimientos populares que comenzaban a aparecer en escena.

Como lo han documentado los historiadores, la ofensiva final del FSLN inició en marzo de 1979 con la ocupación de El Jícaro, Estelí y posteriormente Jinotega. El 4 de junio se llamó a una huelga general a lo cual el pueblo respondió contundente- mente. El 10 de junio los combates en Managua no se hicieron esperar. El FSLN avanzó cada vez más. El 16 de junio se constituyó un gobierno plural, antisomocista y provisional. La Guardia Nacional fue debilitada y se rindió. El 19 de julio de 1979 las columnas guerrilleras del FSLN entraron triunfantes a Managua siendo derrotado el somocismo. En el ejemplo nicaragüense se puede apreciar la hegemonía como dialéctica entre dirección política y experiencia de las masas a la que Gramsci hacía referencia (Buci-Glucksmann, 1978:212).

Es posible que a partir de esta experiencia “sumada a la reflexión sobre la categoría de pueblo” González Casanova comprendiera que los procesos revolucionarios en América Latina eran muy diferentes a los que se referían en los manuales marxistas de la época. En estos casos, las vanguardias revolucionarias no lograban la hegemonía a partir de la lucha obrera, ni bajo la dirección de partido alguno. En realidad los grupos revolucionarios eran amplios “partidos, frentes, sindicatos, masas populares, comunidades indígenas” y tomaban el poder. En la experiencia centroamericana, la ideología revolucionaria (materialismo histórico o el socialismo científico) no se difundía entre las mayorías antes de la toma del poder, ni inmediatamente después. Se difundía una parte de la misma, la que tenía que ver con la lucha democrática, la soberanía nacional o la lucha contra la explotación.

Traducido al lenguaje peculiar de Gramsci, la tarea del “moderno Príncipe” consiste en superar enteramente los residuos corporativos (el momento “egoísta-pasional”) de la clase obrera y contribuir a la formación de una voluntad colectiva nacional-popular; o sea, de un grado de conciencia capaz de permitir una iniciativa política que englobe la totalidad de los estratos sociales de una nación, capaz de incidir sobre la universalidad diferenciada del conjunto de las relaciones sociales (Coutinho, 1986:150).

En Nicaragua, la voluntad del pueblo operaba bajo símbolos morales y valores compartidos por todos: la patria, los héroes, los pobres, etcétera. Se creó, así, una mística y una fuerza impresionantes. En este sentido los valores sociales no sólo tenían una connotación de clase, prevalecía la lógica del frente sobre la de clase.

Elemento propiamente gramsciano de todo esto es la difusión de valores sociales que no nada más tienen una connotación de clase (González Casanova, 1985a:26- 27). En el caso nicaragüense, González Casanova observó que el imperialismo, la oligarquía y la burguesía, respondían ferozmente a este tipo de dialéctica. Intentaban la desestabilización ya sea bajo la represión o acelerando los procesos revolucionarios. A pesar de todo, los discursos de la lucha de clases se intensificaban. La fórmula, si es que había alguna, era que:

Con la lucha de clases que se define en los hechos, con la lucha ideológica ambigua y la lucha política de frente, continúa un arduo combate por la hegemonía. Su característica principal radica en ligar los ideales populares y la lógica del poder. Pueblo, poder y clase trabajadora sólo se vinculan cuando el proceso se profundiza. Tras el pueblo aparece la clase que puede ir hasta el fin de la lucha por los ideales del pueblo y que puede consolidar, con los ideales del pueblo, el poder popular (Ibid.:30).

Es, según González Casanova, la democracia revolucionaria. La enseñanza y recreación del pensamiento de Gramsci es que la transición al socialismo en América Latina comienza con la conquista de la democracia, o que el pluralismo político bien puede compaginarse con la hegemonía gramsciana en la lucha por el socialismo. De esta manera se puede comprender que el paso del frente a la lógica de clase permite consolidar el triunfo del pueblo como poder. La organización de las demandas del pueblo, vinculadas en varios ámbitos (local, nacional e internacional), comprometía al investigador de estos procesos políticos a “estudiar la relación que guarda la clase obrera de la industria y la plantación con el resto de los trabajadores, con los campesinos pobres, con las comunidades indígenas, con los pobladores urbanos, con los estudiantes, los intelectuales y, en general, con las clases medias” (Ibid.:32).

Este aprendizaje permitía evitar los debates con falsas alternativas. ¿Partido o frente? ¿Lucha de clases o lucha hegemónica? ¿Clase o masa? ¿Democracia popular o socialismo? En el peor de los casos, cuando no se comprendían los procesos, surgían teorizaciones donde el análisis de la hegemonía se limitaba a la categoría del poder o a un análisis sin clases, o una clase obrera que no se planteaba la toma del poder.

La aportación de González Casanova, en este caso, fue inspirada por Gramsci. No pocos marxistas de la época ignoraban que la lucha por el socialismo en América Latina era posterior a la lucha por la liberación y la democracia. Como se pudo apreciar en aquellas décadas, en Cuba y Centroamérica el principal protagonista de sus luchas no fue el proletariado sino el pueblo. González Casanova argumentaba que “la clase obrera y el proyecto socialista constantemente se ven mediados por la categoría concreta de pueblo, ya sea antes de la toma del poder, ya al triunfo de las fuerzas liberadoras” (Ibid.:35).

En este análisis, no es que la clase obrera desaparezca sino que opera al interior de la categoría de pueblo, una categoría más vasta y contradictoria. Esto dejaba abierta la posibilidad de que en otros países latinoamericanos, la clase obrera pudiera ser la vanguardia que hegemonizara la lucha. Se trató de un momento ético-político que permitió a la clase obrera, o a quien se posicionara como clase dirigente, superar el corporativismo, el economicismo, el voluntarismo y transitar hacia lo nacional como el objetivo hegemónico.

Sobre este aspecto del movimiento obrero, no faltó quién analizara en aquellos momentos la hegemonía de clase, pero sobre la hegemonía del pueblo, había menos estudios teóricos. Por eso González Casanova afirmaba que “de los discursos de Fidel Castro y de los líderes sandinistas pueden extraerse valiosas observaciones, distintas a las que toman como punto de partida de la política hegemónica al proletariado industrial” (Ibid.:37). En ellos, el análisis gramsciano sobre la hegemonía se extiende, enriquece y recrea al considerar cómo se presenta la lucha de clases con relación a una política hegemónica popular.[9]

González Casanova tomó el caso de Nicaragua para ejemplificar lo anterior. La clave era que había que tomar el poder con la participación del pueblo en el campo, la ciudad, el barrio, la montaña, en conjunción con una o varias vanguardias, militares o no, con sublevación de masas, huelgas, ya fuera de alcance local o nacional. Por supuesto que, como toda lucha tiene sus contradicciones, la del FSLN no fue la excepción. Pero, al final el impulso del pueblo se impuso. Tácticamente se unieron la política de alianza flexible y una programática clara, combinada con tres factores: huelgas, sublevación y ofensiva militar (Ibid.:44).

A partir de esta experiencia, González Casanova intentó teorizar el concepto de pueblo.[10] Comenzó distinguiendo lo sucedido en Centroamérica con el término común usado hasta antes de 1959, a saber, el de populista donde los sindicatos cooptan, a través del Estado, a las organizaciones populares, donde se incluye a la burguesía o la clase media para atacar a la clase obrera y su movimiento. Ese pueblo es dirigido por un caudillo o líder que a menudo es empleado de la oligarquía o del gobierno en turno.

El nuevo pueblo, en cambio, es una fuerza independiente de la burguesía y de las organizaciones mediadoras que el Estado usa para debilitar la fuerza revolucionaria del movimiento obrero. Sus características son: organización y dirección colectiva, iniciativas desde abajo, políticas de alianza, ecumenismo, concientización, comunidad con intereses solidarios y la nación como base de unidad. 

El nuevo pueblo, a diferencia del nacionalista-populista, no oculta las contradicciones de clase y tampoco alienta su conciliación ni colaboración de clases. Desde esta ventana teórica, política y moral, “la hegemonía puede ser alcanzada primero por el pueblo, después por el pueblo trabajador y la clase obrera” (Ibid.:67).

Como se puede apreciar, el análisis gramsciano de González Casanova si no es marxista, al menos es bastante cercano a éste: la lucha por la hegemonía no es sólo para cambiar gobiernos, sino para cambiar el sistema social con el poder popular. Se parece a lo que alguna vez expresó Christine Buci-Glucksmann acerca de la guerra de posición gramsciana como lucha nacional y lucha popular. Si bien es cierto que la hegemonía del pueblo rompe con la ilusión lírica de los grandes días, de las grandes jornadas, no por eso suprime la necesidad de una toma del poder político, por tanto del Estado en condiciones diferentes, según modalidades distintas, exige siempre “quebrar al Estado”. Simplemente que este Estado a quebrar será ya un Estado transformado, privado de su base histórica, golpeado en sus mecanismos y aparatos de hegemonía, en razón de una nueva relación de fuerzas favorable al pueblo (Buci-Glucksmann, 1978).

En suma, desde una lectura gramsciana de Nicaragua, González Casanova pensó que la acumulación de fuerzas (democracia), el cambio de gobierno o derrocamiento de una tiranía (liberación) y la toma del poder o la consolidación política, económica y cultural del pueblo (socialismo) representa la lucha por el poder y después desde el poder.

Consideraciones finales

En las elecciones del 25 de febrero de 1990, el FSLN y su candidato Daniel Ortega fueron derrotados por Violeta Barrios de Chamorro a través de la Unión Nacional Opositora (UNO), que de un millón 420 mil 544 sufragios obtuvo el 54.74 por ciento, 51 de los 90 escaños de la Asamblea Nacional y el 73 por ciento de las alcaldías del país (Medina Núñez, 1998:144). Las causas de esta derrota fueron, en gran medida, las pugnas al interior del FSLN, la corrupción, la desarticulación de sus bases y el haber optado por la lucha electoral sólo como acceso al poder político pero no del Estado. Una vez en el gobierno, los sandinistas perdieron la hegemonía y el poder del pueblo.

Posteriormente, la derecha y los sectores conservadores se reactivaron con la postulación de Arnoldo Alemán como candidato a la presidencia en las elecciones de 1996, a través del Partido Liberal. Dicha fuerza política aglutinó a banqueros, industriales, empresarios, exiliados, grandes comerciantes y la jerarquía católica. Bajo un discurso que apelaba a la moral cristiana, la familia y la propiedad privada, Alemán ganó las elecciones y el poder político en ese año (Ibid.:150-151). Con el manejo de este discurso, la derecha convenció a los indecisos, lo que marcó la diferencia en esas elecciones.[11]

Los sandinistas habían ganado el poder político pero no el poder del Estado. Para esto se requería, como lo observó Gramsci y el mismo González Casanova, además de la estrategia político-militar desplegada y la hegemonía popular, construir una nueva cultura que sustituyera a las instituciones tradicionales. Aunque los sandinistas ensayaron la dirección intelectual y moral del pueblo, fracasaron entre los sectores donde existía mayor resistencia al cambio: los campesinos y la incipiente sociedad civil. Intentaron mejorar las condiciones de vida de los campesinos mediante la reforma agraria, pero los gastos de la guerra y fallas técnicas impidieron que, para mediados de los ochenta, la transformación agraria diera los resultados esperados. Además, los campesinos nunca compartieron la visión de los sandinistas en cuanto a la producción colectiva de la tierra y el empleo en fincas del Estado (J. Enríquez, 1993:124). Debido a la mentalidad individualista de los campesinos no fue posible convencerlos de los beneficios de la organización colectiva para la producción agrícola (Ibid.:145).

En la década de los ochenta, González Casanova pensaba que Nicaragua y El Salva- dor triunfarían hasta consolidar un socialismo como el de Cuba. Hoy sabemos que esto no pasó, en buena medida por lo dicho anteriormente, pero también por la fuerte intervención del imperialismo estadounidense. Habrá que aceptar también los errores, la incapacidad y la traición entre sus dirigentes por establecer un proyecto socialista más allá de la cuestión nacional y la democracia.

En términos teóricos la cuestión de la hegemonía, tal como la piensa González Casanova, encierra problemas previos y posteriores a la toma del poder. Son de suma importancia los que tienen que ver con la toma del poder del Estado. Se trata no sólo de un cambio de gobierno sino de la transformación estructural de la sociedad. Por tal motivo, mantener la hegemonía del pueblo, para transitar a una hegemonía de clase implica “autonomía intelectual y de autogestión, práctica, productiva, y en múltiples casos política y revolucionaria” (González Casanova, 1982:175).

Es inevitable la dialéctica interna de la clase obrera o de cualquier clase dirigente antes y después de la toma del poder. Debido a que su hegemonía proviene de bloques y coaliciones del pueblo, se tienen que reorientar los objetivos de la lucha hacia el socialismo. Como lo había pensado Gramsci, se puede tener una correlación de fuerzas a partir de intereses corporativos, sin embargo, cuando la hegemonía se logra y se accede a una fase estrictamente política, existe un fuerte indicio del paso de la estructura a la esfera de las sobrestructuras complejas.[12]

González Casanova piensa como Gramsci: en el contexto latinoamericano, una vez el pueblo en el poder, se privilegia la lucha de clases, subsumiendo el tema étnico, popular y nacional a ésta. La razón de esto estriba en que el neocolonialismo y el neocapitalismo dividen al pueblo en sectores “obreros y campesinos”, negocian con los organizados y los que pertenecen a áreas estratégicas, pero excluyen, explotan y reprimen a otros. En ese sentido, el peligro de disolver la hegemonía popular, como sucedió en Nicaragua, es latente.

En otras palabras: la democracia y la liberación del pueblo cobran significado revolucionario cuando se despojan de su mentalidad colonialista e inician una política de poder propio sostenido con el triunfo de un amplio proyecto hegemónico. Con éste comienza también “la defensa del trabajador ‘participante’ y también la del ‘marginado’ o superexplotado, la defensa del salario y de las tierras campesinas, la defensa de las culturas, tierras, salarios y derechos de las ‘nacionalidades’ y las ‘minorías étnicas’” (Ibid.:178).

Este planteamiento teórico es innovador frente a los prejuicios y rasgos de autoritarismo de las vanguardias revolucionarias y de la clase obrera latinoamericana. No pocas veces éstas fueron incapaces de incluir en la lucha por el socialismo a quienes luchan contra el colonialismo desde el movimiento étnico y nacionalista.[13]

La enseñanza de González Casanova en su recreación de los conceptos gramscianos radica en combinar categorías como lo nacional, lo étnico, la clase, el pueblo, para una dialéctica más clara en América Latina. No renuncia a pensar y a actuar en la lucha de clases, pero conmina a incluir en ésta la liberación colonial, la lucha popular y la no intervención y autodeterminación de los pueblos. En suma, invita a mantener vivo el valor de la democracia para la lucha por la liberación y el socialismo.

Pablo González Casanova alcanzó a percibir que en Nicaragua y El Salvador triunfaría el proyecto socialista no sólo si se acababa con la oligarquía como clase, sino también si se enfrentaba al imperialismo bajo la política de no-intervención y autodeterminación de los pueblos. Para lograrlo, la política de poder del pueblo “democracia, liberación y socialismo con poder” debía ser permanente. Pero la clave a comprender fue en realidad la vida democrática revolucionaria e incluyente, porque donde no exista poder del pueblo (inclusión de los marginados, indígenas, mujeres, trabajadores, campesinos, estudiantes, al poder político y posteriormente al del Estado) no habrá democracia ni liberación, y mucho menos socialismo.

* Licenciado en Letras por la Universidad de Guadalajara, maestro en Filosofía y Ciencias Humanas por el ITESO, doctor en Ciencias Sociales por el CIESAS de Occidente. Docente e investigador en distintos centros educativos como la Universidad Marista de Guadalajara (2007) y la Asociación Psicoanalítica Jalisciense (2008-2009). Es maestro titular en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Guadalajara desde 2002, director de la revista Piezas en diálogo. Filosofía y ciencias humanas (publicada por el mismo Instituto). E-mail: <torresguillen@hotmail.com>.

Publicado en originalmente en: ESTUDIOS LATINOAMERICANOS, NUEVA ÉPOCA, NÚM. 32, JULIO-DICIEMBRE, 2013, PP. 19-39.

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[1] Isabel Lombardo Toledano, hermana de Vicente, contrajo matrimonio con Pedro Henríquez Ureña con quien tuvo dos hijas: Natacha y Sonia Henríquez Ureña. La primera estuvo casada con Pablo González Casanova del Valle, lo que explica la cercanía familiar e influencia política de Lombardo Toledano en González Casanova.

[2] Otras influencias que marcaron el pensamiento de González Casanova fueron, sin duda, las del comunismo “martiano” de Julio Le Riverend Brusone y el neozapatismo.

[3] Esta idea vale también para los artículos publicados en 1981 bajo el título El Estado y los partidos políticos en México.

[4] El propio González Casanova lo reconoció a pregunta expresa de Claudio Albertani (CA): “¿Qué papel desempeñó Lombardo Toledano en tu formación? ¿Cuál fue tu relación con él? Pablo González Casanova (PGC): Mi primera esposa era hija de la hermana de Lombardo, y cuando fuimos a París él nos visitaba de paso a Moscú o a Roma. Él fue quien me regaló la primera edición de las obras de Gramsci, en italiano, que todavía conservo. Era un hombre brillante. Una de sus aportaciones consistió en dar al nacionalismo revolucionario mexicano una política exterior universal impulsando las relaciones con la Unión Soviética y el apoyo a los movimientos de liberación en América Latina. Era una nueva expresión del nacionalismo que se plasmó en vínculos con los movimientos obreros, con la lucha de clases y con la emancipación socialista. Luego todo se frustró, porque tanto la Revolución Mexicana se volvió populista como la Rusa se volvió más y más burocrática, y hasta capitalista. CA: ¿Qué piensas del nacionalismo revolucionario? PGC: Siempre oscilé entre el nacionalismo antiimperialista y la lucha de clases. Iniciado por Sun Yat-Sen en China, el nacionalismo revolucionario alcanzó por su parte una gran profundidad en México, al grado de que nuestra Constitución, anterior a la rusa, en cierto momento fue la más avanzada del mundo en materia de derechos sociales e internacionales. Yo tuve simpatías y diferencias con este proceso, que se perciben a lo largo de mi vida y, al mismo tiempo, no dejé de tener amistades y vínculos con quienes daban prioridad a la lucha de clases frente a la lucha nacional” (Albertani, 2011:89).

[5] Con todo, esta posición política tuvo sus repercusiones. En 1960, el 1o. de mayo para ser específicos, nació la revista Política dirigida por Manuel Marcué Pardiñas. Dicha publicación centraba su línea editorial en las teorías de Pablo González Casanova expuestas en Cuadernos Americanos en el número de enero-febrero de 1962 y que después se recogerían en La democracia en México, a saber: “que la organización del pueblo independiente y su capacidad para resolver los conflictos, dentro de las instituciones de la Revolución Mexicana, constituyen el instrumento básico de cuya fuerza y eficacia dependerá el desarrollo económico y la evolución política; es decir, la crítica política a partir de la Revolución, tesis que continúa y que parte de Lombardo Toledano […]” (García Cantú y Careaga, 1994:110-111).

[6] En contraste, en los ochenta González Casanova se expresaba así del marxismo: “En este último tercio del siglo XX el pensamiento socialista es universal; el gran movimiento filosófico-revolucionario conocido como marxismo es el primero en la historia del hombre que tiene características ecuménicas. En forma paradójica, ese pensamiento y ese movimiento se encuentran en crisis de conceptos, lenguajes y prioridades. La esencia misma del fenómeno que les ha permitido comprender y cambiar el mundo, las relaciones de explotación, por una causa u otra no siempre ocupa el lugar central y sistemático del análisis y la política, ni es motivo de especificaciones en la comprensión y el cambio de otras estructuras sociales y políticas que vinculadas a las relaciones de explotación desentrañen el movimiento concreto y vario de aquéllas, y la autonomía relativa de éstas como mediaciones sobre las que se puede y debe influir pero que sólo encuentran concreción cabal en un mundo donde las dos terceras partes de la humanidad siguen siendo explotadas por los propietarios privados de los medios de producción, en formas relativas y absolutas” (1980:14).

[7] A contracorriente afirmaba: “En el mundo actual no hay más alternativa que el socialismo. El socialismo real e ideal sigue siendo la única alternativa viable para acabar con la relación de explotación, con las miserias y desigualdades brutales, con el desorden de la producción, y con uno de los motivos más importantes de la opresión y las guerras: los negocios, el lucro, la maximización de utilidades. La alternativa al socialismo real será tanto más viable cuanto éste se fortalezca más frente al mundo capitalista y el imperialismo. Dentro de esas prioridades cabe perfectamente una política de nuevas medidas para aumentar la igualdad y la libertad del hombre socialista. Pero sólo con una lógica de poder que se fije como primer objetivo orgánico la eliminación universal de las relaciones de explotación” (Ibid.).

[8] Al respecto, Gastón García Cantú le cuenta a Gabriel Careaga: Pablo González Casanova “tuvo una cuidadosa definición de su conducta política en aparecer siempre como un hombre a la izquierda de la Revolución Mexicana, sin que ello quiera decir que hubiera sido un ferviente de Cárdenas, porque siempre tuvo ante el General una actitud distante; él estaba a la izquierda de la Revolución. Esa imprecisión en sus seguidores se transformó en la idea de que ser de izquierda era convertirse en compañeros de viaje del Partido Comunista y adversarios del gobierno («) fue un crítico de la Revolución, dentro de la Revolución que luego terminó en una especie de fe metafísica sobre el socialismo y el marxismo” (1994:109-110).

[9] En 1961 varios grupos armados se unieron para combatir la dictadura de Somoza. En 1977, el FSLN practica una política de alianzas. Hay discusiones de cómo integrar a las masas. Se descubre que la fuerza principal es la movilización total: social, económica y política, que disperse la capacidad técnica y militar que el enemigo tenía organizada. Se plantea la acumulación de fuerza a través de partidos, sindicatos y movimientos revolucionarios. En agosto de 1977 se toma Palacio. La pequeña y mediana burguesías se oponen al régimen. El FSLN avanza en la toma de posiciones y las masas se animan, cobran seguridad, pierden miedo. La guerrilla en la montaña mantiene su fuerza moral y militar. El pueblo hace lo suyo, ya sin los sandinistas. En Monimbó los indios se rebelan, toman como pueblo sus propias iniciativas y forman parte, sin pedírselo, del FSLN. Las masas avanzan más rápido que la vanguardia, toman sus luchas y empujan a la insurrección total. Después el pueblo se pone a la vanguardia de la lucha hasta que llega el triunfo. La acumulación de fuerzas permitió comprender que el FSLN por sí sólo, como fuerza guerrillera, era incapaz de hacer triunfar la revolución como lo hizo el pueblo (González Casanova, 1985a:38-40).

[10] A propósito del concepto de pueblo en González Casanova, el analista Carlos Ramírez alguna vez hizo una síntesis bastante clara sobre lo que se ha venido exponiendo aquí. Para él, González Casanova “toma a Antonio Gramsci para definir el camino de la lucha: la construcción de una nueva hegemonía social bajo la conducción de un nuevo Príncipe o líder o partido y movilizar a las masas para darle una ‘única visión del mundo’ y una ‘voluntad nacional popular’. Este objetivo, agrega siguiendo a Gramsci, supone una ‘mística’ o ‘religión popular’ y habla de un José Martí llamado el Apóstol. Es decir, liderazgos como el de Castro en Cuba y los sandinistas en Nicaragua. En la propuesta de González Casanova se admite el uso del camino de la democracia tradicional para llegar al poder y aplicar una política alternativa al neoliberalismo. Pero aconseja llegar al poder sin revelar la intención socialista final. ‘El proyecto socialista no es enarbolado como prioritario antes de la toma del poder ni inmediatamente después’. La visión del mundo y la voluntad nacional popular operan como símbolos morales e ideológicos de carácter general que recuerdan gestas anteriores y que invocan la ‘Revolución’ como símbolo y exigencia” (Ramírez, 2006).

[11] Las palabras de Gramsci ganan vigencia: “(«) las sobrestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras de la guerra moderna. Así como en ésta ocurría que un encarnizado ataque artillero parecía haber destruido todo el sistema defensivo del adversario, cuando en realidad no había destruido más que la superficie externa, de modo que en el momento del asalto los asaltantes se encontraban con una línea defensiva todavía eficaz, así también ocurre en la política durante las grandes crisis económicas; ni las tropas asaltantes pueden, por efecto mero de la crisis, organizarse fulminantemente en el tiempo y en el espacio ni -menos aún- adquieren por la crisis espíritu agresivo, y en el otro lado, los asaltados no se desmoralizan ni abandonan las defensas, aunque se encuentren entre ruinas, ni pierden la confianza en su propia fuerza y en su propio porvenir ́ (1974:421).

[12] “(…) es la fase en la cual las ideologías antes germinadas se hacen ‘partido’, chocan y entran en lucha, hasta que una sola de ellas, o, por lo menos, una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social, determinando, además de la unidad de los fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y moral, planteando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no ya en un plano corporativo, sino en una plano ‘universal’, y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados” (Ibid.:415).

[13] Para el autor de La democracia en México fue desastroso que los esquemas teóricos sobre la lucha de clases, la democracia, la socialdemocracia, el populismo y la liberación, quedaran separados en los análisis que hacían investigadores y militantes de aquel contexto (González Casanova, 1985a:132).

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