Agradezco al querido amigo Nando Zamorano la gentileza de haberme enviado partes del libro de Antonio Di Meo Decifrare Gramsci. Una lettura filologica, Bordeaux 2021, que está traduciendo actualmente, que me han sido de gran utilidad en la redacción de este texto.
La imagen corresponde a una caricatura de 1819 representando a un grupo de intelectuales, el Club de los Pensadores [Der Denker-Club], con una placa en el borde superior con la siguiente inscripción: “La cuestión principal a tratar en el encuentro de hoy: ¿durante cuanto tiempo se nos permitirá pensar? y El tablón de la derecha enumera las normas del Club, entre las que se incluyen las siguientes:’1. El silencio es el primer mandamiento de esta docta sociedad. 2. Para evitar que algún miembro de este club sucumba a la tentación de hablar, se distribuirán bozales a los socios al entrar”.
“… Bismarck reconoció la guerra civil alemana de 1866 como lo que era, es decir, una revolución, y que estaba dispuesto a llevar a cabo esa revolución con métodos revolucionarios. Y así lo hizo. Su tratamiento de la Dieta Federal fue revolucionario. En lugar de someterse a la decisión constitucional de las autoridades federales, las acusó de violar el tratado federal -un puro pretexto-, rompió la Confederación, proclamó una nueva constitución con un Reichstag elegido por sufragio universal revolucionario y, finalmente, expulsó a la Dieta Federal de Frankfurt […] Fue, en resumen, una revolución en toda regla, llevada a cabo con medios revolucionarios. Naturalmente, somos los últimos en reprochárselo. Por el contrario, lo que le reprochamos es que no fuera suficientemente revolucionario, que no fuera más que un revolucionario prusiano desde arriba, que iniciara toda una revolución en una posición en la que sólo fue capaz de llevar a cabo media revolución, que, una vez iniciado el camino de las anexiones, se contentara con cuatro miserables pequeños Estados.”.[1]
Forma parte del consenso general que la fundación del Segundo Imperio alemán (DeutschesKaiserreich) en 1871 es un momento fundamental de la constitución de la modernidad alemana. La pretendida unión cultural que había sido el motor de la lucha contra Napoleón y más tarde también una de las consignas de los revolucionarios de 1848, se transformaba en unión política, entre otras cosas como confirmación de ese vínculo cultural que, se pretendía, unía a todos los alemanes, independientemente de la estructura política de la que fueran súbditos, aunque con una forma estatal muy distinta a la anhelada por los demócratas de 1848. Un rasgo peculiar del proceso de unificación que culmina con la constitución del Estado-nación alemán es el papel decisivo que juega la guerra y, por lo tanto el lugar preeminente que ocupa la tradición militar prusiana en su consumación, en el que los rasgos del militarismo aparecen como los fundamentos de la legitimidad al Kaiserreich, una legitimidad amplificada por el fracaso del movimiento democrático de 1848. Una tradición alimentada por la elite prusiana con el recuerdo de Federico el Grande y se extiende hasta la “guerra de liberación” de 1813 contra la ocupación napoleónica, convirtiendo al ejército y sus estrategas en la “columna vertebral” de la nación alemana. Un mito que tiene una verificación en la experiencia de 1871, donde el triunfo sobre Francia tiene como fruto la definitiva reunión de los territorios alemanes en un estado-nación bajo la égida del más militarizado de los estados alemanes, el Reino de Prusia. Debemos recordar que la guerra franco-prusiana no es más que la culminación de una serie de guerras que emprende Prusia, bajo la dirección de Bismarck, para asegurar su predominio político y militar sobre el resto de estados alemanes, de las que resulta la obtención de Schleswig-Holstein después de la derrota de Dinamarca, en 1864 y la de Austria en Sadowa, en 1866, con lo que se consumó la definitiva separación de Austria del cuerpo germánico.[2] Como afirma Hans-Ulrich Wehler: “El Estado nacional alemán no es el resultado de un movimiento nacional, sino de la política de expansión de la Gran Prusia impulsada por Bismarck”.[3]
Esta vía de configuración estatal imprime un carácter no sólo a la acción política sino que condiciona las líneas principales de la cultura política, y a través suyo, de la cultura en su sentido más lato, máxime si la empresa tiene un resultado claramente exitoso. Alemania, a partir de su victoria militar sobre Francia se transformará a una gran velocidad en una de las primeras potencias europeas y mundiales. Si bien el vector principal de esa preeminencia será su extraordinario desarrollo industrial, que debe mucho a la vinculación con su extraordinario desarrollo científico, los modos, comportamientos y valores del mundo militar no abandonarán su lugar preeminente en la consciencia de los alemanes, al menos de aquella parte de la sociedad alemana que más se beneficia de su extraordinario desarrollo. Y esto no sólo porque la riqueza de los Krupp –uno de los principales representantes de esa clase dominante que será pilar del Reich- procederá de la industria del armamento, sino porque las prácticas y las formas de gestión y dirección de la gran industria serán muchas veces un intento de copiar la verticalidad, coordinación y cohesión de los ejércitos. El personaje protagonista de El súbdito de Heinrich Mann, Diederich Hessling, representa este modelo burgués y empresario que asciende durante la consolidación del capitalismo industrial alemán. En ese sentido la formación de la nación alemana tiene similitudes con la historia de España o de las nuevas naciones latinoamericanas, en las que los ejércitos actuaron como elemento vertebrador de la organización nacional, con las consecuencias del desarrollo de culturas políticas autoritarias. Ello generará necesariamente una visión de la vida y de las relaciones entre los hombres que exige la distinción amigo- enemigo, y la clara delimitación de los ajenos al cuerpo nacional, cuya función más excelsa es la dirigida a la protección armada de la entidad nacional homogénea y libre de elementos “alógenos”.
Característico de ese pensamiento y acción política que se define por los enemigos a abatir será durante una parte de la etapa bismarckiana el Kulturkampf, mientras que la lucha contra el SPD será objetivo del Estado imperial y las clases dominantes durante todo el Kaiserreich. El Kulturkampf consistirá en el intento por parte de Bismarck de controlar las actividades de la iglesia católica, especialmente su brazo político, el Zentrum. La organización jerárquica del catolicismo y su obediencia a un poder extranjero, el Vaticano eran consideradas por Bismarck como una amenaza potencial a la reciente unidad alemana, cuando su intención era la de afirmar con rotundidad la soberanía del Estado frente a las organizaciones religiosas. Bismarck encontró, en principio, apoyos en el liberalismo y el anticlericalismo. A partir de 1872 se adoptaron medidas que tenían como objetivo reducir o cortar los lazos del movimiento católico con Roma, como la expulsión de los jesuitas y mientras que en Prusia en 1873 se instituía un rígido control de las autoridades sobre formación y nombramiento de los miembros del clero y se limitaba el poder disciplinario de los obispos. Sin embargo el Zentrum respondió movilizando a sus seguidores presentando al Kulturkampf como el inicio de un ataque a la religión católica, lo que le permitió cohesionar sus fuerzas. Además consiguió no sólo el apoyo el apoyo de los católicos -que representaban un tercio de la población alemana- sino también de la minoría polaca, así como de los güelfos e incluso de los federalistas. Por lo tanto la acción de Bismarck en términos generales fracasó y le obligó a buscar un entendimiento con el Zentrum, cuyo apoyo necesitaría en el futuro para construir amplias mayorías parlamentarias en cuestiones económicas, y también para aislar a la socialdemocracia, una búsqueda de acuerdos con el catolicismo político que deberán repetir los cancilleres que sucedieron a Bismarck. Para ello durante la década de 1880 comenzará progresivamente a desactivar la legislación y medidas anticatólicas adoptadas. A pesar de ello, el Zentrum mantendrá una actitud hostil respecto al canciller y sus políticas, e irá cambiando lentamente hacia una actitud de cooperación con los gobiernos sucesivos que seguirán a la caída de Bismarck en 1890.[4]
La acción contra el movimiento obrero de inspiración socialdemócrata no será una exclusividad del período en que Bismarck desempeñó el cargo de canciller del Reich. En realidad la intención de neutralizar al SPD y a sus sindicatos afines atraviesa toda la historia del Kaiserreich hasta su final. Pero fue durante la administración que se sancionó y aplicó la legislación antisocialista: la ley socialista o Ley contra las peligrosas aspiraciones de la socialdemocracia [Gesetz gegen die gemeingefährlichen Bestrebungen der Sozialdemokratie – “Sozialistengesetz“] de 21 de octubre de 1878. Mediante la misma se preveía la disolución de los grupos socialistas “que amenazaban el orden social y el Estado”, el secuestro de sus periódicos y la prohibición de su publicación, las prohibiciones de reuniones y asambleas partidarias y la asignación de residencia forzosa a quienes profesasen ideas socialistas como resultado de la declaración de estados de sitio locales por decisión policial [Kleiner Belagerungszustand], aunque los socialdemócratas podían continuar participando en las elecciones a título individual, nunca bajo la denominación partidaria. Los motivos de esta represión no residían sólo en la ideología y objetivos políticos del SPD sino también en su éxito electoral en 1877 y en la negativa de August Bebel y Wilhelm Liebknecht a votar en 1870 los créditos militares para la guerra con Francia, su oposición a la anexión de Alsacia y Lorena y en su manifestación a favor de la Comuna de París. A estos motivos cabe agregar significativamente el temor de las clases dominantes y especialmente de la gran burguesía industrial por el impacto económico de la Gran Depresión iniciada dos años antes, y por lo tanto de la inestabilidad social y el aumento de la conflictividad laboral que podrían desencadenarse en el marco de la crisis. Como consecuencia de la represión desatada durante la vigencia de la ley fueron encarceladas 1500 personas, 900 deportadas, fueron disueltas y prohibidas 278 organizaciones y se retrasó el pleno desarrollo del SPD durante diez años, pero no pudo destruir al partido, ya que su dirección siguió actuando de forma clandestina tanto dentro como fuera de Alemania (por ejemplo, en Suiza o en Dinamarca) y se crearon organizaciones camufladas para continuar actuando políticamente. [5] La decisión del gobierno Bismarck recibió el apoyo no sólo de los nacional-liberales y conservadores -sólo el Zentrum católico y los progresistas votaron en contra- sino también de los sectores de las clases dominantes que estaban protagonizando el gran despliegue industrial de Alemania. En ese sentido es sumamente reveladora de ese clima de ansiedad en los medios burgueses esta declaración de la Asociación para la Promoción de los Intereses Económicos Comunes de Renania-Westfalia, poco antes de la aprobación de la ley anti-socialista: “La lucha contra la socialdemocracia es el deber de cada ciudadano y en particular de los empresarios industriales. [Esta asociación] pide a todos los empresarios que prohíban a sus trabajadores formar parte o ser miembros de las organizaciones socialdemócratas […] Es necesario crear nuevas herramientas legales contra la creciente corrupción de los principios morales y democratización de la clase trabajadora”.[6]
Sin embargo ese núcleo militar de la historia alemana no nos debe hacer olvidar que por más blindaje y furor guerrero que esta ofrezca en determinados momentos cruciales no deja de haber una dirección política que es preminente sobre la dirección militar, y que en el caso de la unidad alemana también se comprueba la aserción de Clausewitz. Es en ese sentido que Gramsci destaca que era Otto von Bismarck quien “sostenía la supremacía del político sobre el militar”, y que era ese posicionamiento el que le había permitido culminar la empresa por el liderada, mientras insinuaba que la opinión contraria sostenida por el káiser Guillermo II era la que había conducido a la derrota de Alemania en 1918.[7] Por otra parte las cuestiones militares, tanto las relacionadas con el ejército como con la flota de guerra, centrarán en muchas ocasiones el debate y la lucha política para ampliar o reducir el alcance de las competencias parlamentarias en el marco de la monarquía constitucional, como veremos más abajo.
Pero adelantando algo de lo que formularé más tarde es posible afirmar que la modernidad alemana estará alimentada por la empresa militar, y no sólo porque se generará un “complejo militar-industrial” avant la lettre[8], sino porque la guerra impulsará o será la condición de posibilidad de pensar o imaginar otras posibilidades de desarrollo capitalista. Es una situación que se confirma cuando la derrota de 1918 en lugar de poner en crisis y cuestionar las consecuencias del militarismo, la pesada carga que ha significado para la sociedad alemana y las profundas heridas que le ha infligido, genera en una parte de la intelectualidad nacionalista, y especialmente en la corriente encuadrada en la llamada “revolución conservadora”, el deseo imperativo de exaltar la aparente cohesión nacional y organización económico-social experimentada durante la guerra y presentarla como el modelo de reconstrucción para la recuperación de Alemania como potencia europea nuevamente decisiva. En ese sentido adquiere significación la afirmación de uno de esos intelectuales, Johann Plenge: “las ideas de 1914 desbancaban a las de 1789”, considerando a la Gran Guerra como un antídoto contra la decadencia, como el principio de la regeneración de la sociedad alemana, porque significaba el triunfo de la organización sobre la libertad.[9]
Posiblemente Alemania sea uno de los ejemplos más acabados de aquello que Gramsci llamó revolución pasiva[10], o sea la transformación social y política impulsada o aceptada desde el Estado, donde las clases dominantes, con el objetivo de mantener su hegemonía, neutralizan las iniciativas procedentes de las clases subalternas con el resultado de la recepción o concreción de algunas de las reivindicaciones populares. Por lo tanto la esencia de la revolución pasiva residiría no sólo en que clase dirige el proceso de transformación sino también en su resultado que se deriva de ella. Gramsci desarrolla el concepto a partir de la combinación de las fórmulas elaboradas respectivamente por Vicenzo Cuoco (1770-1823) y Edgar Quinet (1803-1875), ambos historiadores y republicanos,
“Tanto la «revolución-restauración» de Quinet como la «revolución pasiva» de Cuoco expresarían el hecho histórico de la falta de iniciativa popular en el desarrollo de la historia italiana, y el hecho de que el «progreso» tendría lugar como reacción de las clases dominantes al subversivismo esporádico e inorgánico de las masas populares con «restauraciones» que acogen cierta parte de las exigencias populares o sea «restauraciones progresivas» o «revoluciones- restauraciones» o también «revoluciones pasivas»”.[11]
En ese caso quienes ocupan el poder estatal pueden ser los representantes de la clase social dominante tradicional, pero el resultado de ese proceso conduce a una hegemonía social y cultural distinta a la que existía previamente, y en el transcurso de la cual el núcleo político que la impulsa como Estado, podía llegar a “enfrentarse” con la clase cuyos intereses tradicionalmente representaba. Gramsci lo expresa del siguiente modo:
“De ahí la función de las monarquías incluso en la época moderna, y de ahí especialmente el hecho, que se da especialmente en Inglaterra y Alemania, de que el personal dirigente de la clase burguesa organizada en Estado esté constituido por elementos de las viejas clases feudales desposeídas en el predominio económico (junkers y lords) tradicional, pero que han hallado en la industria y en la banca nuevas formas de potencia económica, aun no queriéndose fundir con la burguesía y permaneciendo unidas a un grupo social tradicional”.[12]
Y refiriéndose al proceso de unificación italiano, pero perfectamente aplicable a la Alemania del último tercio del siglo XIX:
“Este hecho es de la máxima importancia para el concepto de «revolución pasiva»: que no es que un grupo social sea el dirigente de otros grupos, sino que un Estado, aunque limitado como potencia, sea el «dirigente» del grupo que debería ser dirigente y pueda poner a disposición de éste un ejército y una fuerza político-diplomática […] Lo importante es profundizar el significado que tiene una función tipo «Piamonte» en las revoluciones pasivas, o sea el hecho de que un Estado sustituye a los grupos sociales para dirigir una lucha de renovación”.[13]
La posibilidad de la extensión de la aplicación del concepto de revolución pasiva al análisis de la constitución y desarrollo de los estados-nación durante el siglo XIX es también señalada por Gramsci en el siguiente paso:
Vincenzo Cuoco llamó revolución pasiva a la que tuvo lugar en Italia como contragolpe a las guerras napoleónicas. El concepto de revolución pasiva me parece exacto no solo para Italia, sino también para los demás países que modernizaron el Estado a través una serie de reformas o de guerras nacionales, sin pasar por una revolución política de tipo radical-jacobino.[14]
En Alemania el núcleo que detentaba el poder político vinculado a la oligarquía agraria impulsó un proceso que favoreció el desarrollo industrial capitalista sin que la burguesía industrial también se beneficiara de la ocupación plena del poder político. Solamente pudo compartirlo mediante un sistema de transacciones y pactos en el cual se perdieron en la cultura política del liberalismo alemán las principales coordenadas de 1848, un transformismo que se operó también en la ideología de una parte importante del liberalismo procedente del movimiento democrático de 1848.[15] Tiene sentido caracterizar el proceso de unidad alemana como “revolución pasiva” porque, de acuerdo con los rasgos que le adjudica Gramsci, nos permite explicar los de la cultura política emergente de dicho proceso. Dicha cultura política es el resultado del carácter fundamentalmente estatal-militar del proceso de unificación, y por lo tanto el resultado no es una democratización de la vida política alemana, ni siquiera la erección de una monarquía parlamentaria representativa. Esa cultura política que es producto de la revolución pasiva es la que explica por qué muchos liberales, como parte beneficiada del proceso de construcción del Estado-nación van a renegar del espíritu constitucionalista de Frankfurt y 1848, para pasar a considerar que la unificación, la creación del Reich era la culminación del desarrollo político y el punto de apoyo de la modernización de Alemania, que sustituía, al menos por un período prolongado sus aspiraciones democratizadoras. En este caso era, no la Razón de Hegel con mayúsculas, sino la razón burguesa la que se realizaba por caminos no convencionales, al menos diferentes a los recorridos por potencias capitalistas europeas como Gran Bretaña o Francia. Eran conscientes que esa aceptación era un aspecto no negociable en tanto no eran ellos quienes controlaban al Estado que había sido el agente de dicha unificación.
En realidad, la revolución pasiva alemana comienza a desarrollarse antes de 1871 a partir de la llegada de Otto von Bismarck a la cancillería y finaliza con la salida de Bismarck de la cancillería del Reich en 1890, siendo sustituido por Bernhard von Caprivi. Con éste se abrirá un proceso diferente caracterizado por la crisis del bloque dominante en el período anterior, que analizaremos en el próximo capítulo.
El proceso de esa revolución pasiva está enmarcado en la dinámica militar que culminó en 1871 con la proclamación del Segundo Reich (el Kaiserreich) y la unidad alemana luego del triunfo de Prusia en la guerra contra Francia. A principios de la década de 1860 se produce un conflicto abierto entre la monarquía y el parlamento originado en el intento de la monarquía prusiana de reforzar el ejército con una nueva ley. Esta reforma estaba influida por la necesidad de aumentar el poderío militar de Prusia ante los acontecimientos de la guerra de 1859 entre Austria y el Reino del Piamonte que había acabado con el triunfo de las fuerzas piamontesas que derrotaron a los austríacos en Magenta y Solferino en alianza con Napoleón III. La reforma militar formulada por el general von Roon, ministro de Guerra, provocó inmediatamente la oposición de los liberales, ya que la misma implicaba la desaparición de la Landwehr, la milicia territorial vigente desde las guerras de liberación y consideradas por el liberalismo como la base de un futuro ejército de ciudadanos que sustituyera el carácter aristocrático del ejército prusiano. Pero además la reforma militar era vista por el liberalismo como un intento de sustraer al ejército del control del parlamento. El conflicto se agudizó con el triunfo electoral del liberalismo y el descalabro de los conservadores en las elecciones de diciembre de 1861, que animó a aquellos a proponer la reducción del servicio militar contra las disposiciones de la ley de reforma. Y culminó cuando en marzo del año siguiente el parlamento, su segunda cámara, solicitó que el presupuesto se votara por partidas. La propuesta parlamentaria provocó su disolución por el rey y la formación de un gabinete ministerial sólo compuesto por conservadores y el propio ministro de Guerra. Sin embargo, las nuevas elecciones convocadas en mayo de 1862 reforzaron a la oposición liberal, quedando en minoría el grupo parlamentario que apoyaba al gobierno. Al negarse el rey a llegar a ningún acuerdo con la mayoría parlamentaria, pese al intento de Roon de aceptar parcialmente las reivindicaciones de los liberales reduciendo la duración del servicio militar a dos años, en lugar de tres, a cambio de la formación de un ejército profesional, el conservadurismo propuso una solución para superar el bloqueo. Esta, denominada “teoría de las lagunas constitucionales”, consistía en que cuando se produjera un conflicto entre las cámaras alta y baja del parlamento y la corona, debía prevalecer esta última ya era la monarquía la que había otorgado el texto constitucional, o sea que en ella residía el verdadero poder constituyente. Para aplicar esa línea política y superar la crisis, el rey, que consideraba su poder debilitado -había considerado incluso la abdicación- decidió proponer a Otto von Bismarck la nominación de como presidente del consejo el 22 de septiembre de 1862. Bismarck se comprometió a gobernar sin presupuesto aprobado por el parlamento y a culminar la reforma del ejército. Bajo estas condiciones de excepcionalidad constitucional emprendió dos guerras victoriosas, primero contra los daneses en 1864 y luego contra Austria en 1866, preparando el terreno para convertir a Prusia en la principal potencia militar del área germánica que ya había emprendido un potente proceso de industrialización. Estas dos victorias le abrieron a la monarquía prusiana y a Bismarck el camino hacia dos aspectos vitales en el camino de la conformación del Kaiserreich y en el desarrollo de la revolución pasiva, también denominada “revolución desde arriba” o “vía prusiana” de modernización, facilitado también por las aspiraciones de la mayoría liberal de contribuir a la construcción de la unidad nacional.[16]
El primer recorrido fue asegurar el apoyo al gobierno por la mayoría liberal mediante la presentación al Preußischer Landtag (el parlamento prusiano) para su aprobación de su proyecto de indemnidad, de septiembre de 1866, que al ser aprobado ratificaba las medidas presupuestarias tomadas a partir de 1862 exonerando de responsabilidad al gobierno de que fueron adoptadas sin la aprobación parlamentaria, debido a la situación de necesidad en que se hallaba el Estado en ese período en el que se habían librado dos guerras, y en el que se comprometía a someter a las cámaras parlamentarias los sucesivos proyectos presupuestarios. Engels se referiría a esta victoria de Bismarck al incorporar a la burguesía liberal al bloque político de soporte a la monarquía prusiana a la política “extra-constitucional” llevada hasta el momento por Bismarck, como la derrota de dicha burguesía y el final de cualquier perspectiva de retomar el camino iniciado y cerrado en 1848:
“En los campos de batalla de Bohemia no fue derrotada sólo Austria, sino también la burguesía alemana. Bismarck le mostró que sabía mejor que ella lo que le convenía más. No cabía pensar siquiera en la continuación del conflicto por parte de la Cámara. Las pretensiones liberales de la burguesía habían sido enterradas para mucho tiempo, pero sus exigencias nacionales se cumplían cada día más y más. Bismarck hizo realidad su programa nacional con una rapidez y precisión que la asombraron. Y, después de mostrarle palpablemente, in corpore vile, en su propio cuerpo miserable, su decrepitud, falta de energía y, a la vez, su completa incapacidad de poner en práctica su propio programa, Bismarck, ostentando generosidad también con ella, se presentó ante la Cámara, ahora ya prácticamente desarmada, para pedir un proyecto de ley de indemnidad por el gobierno anticonstitucional durante el conflicto. La Cámara, emocionada hasta las lágrimas, aprobó el proyecto, ya completamente inofensivo. No obstante, se le recordó a la burguesía que también ella había sido vencida en Königgrätz [Sadowa]”.[17]
El segundo camino se abrió con la constitución de una unión “parcial” de diferentes estados alemanes bajo égida prusiana, la Confederación de Alemania del Norte.[18] Su constitución fue favorecida por el apoyo mayoritario de los parlamentarios liberales, los mismos que junto a los conservadores habían votado a favor de la indemnidad del gobierno de Prusia. Desde el liberalismo sólo una parte de los miembros del Fortschrittpartei -el Partido Progresista- se opusieron tanto a la indemnidad como a la constitución de la nueva confederación. En el curso del proceso de formación confederal también se produjo la constitución del Partido Nacional-Liberal –Nationalliberale Partei (NLP)-, que sería el gran soporte a la gestión bismarckiana durante este período hasta después de 1871 y durante las dos primeras décadas del Kaiserreich. En la constitución de la confederación Bismarck necesitó del apoyo de los liberales de los otros estados integrados en la misma, proceso en el cual tuvieron destacada actuación el líder liberal de Hannover Rudolf von Bennigsen y Johhanes von Miquel[19], quien ocuparía diversos cargos de importancia en la nueva configuración estatal y culminaría su trayectoria política como ministro de Finanzas de Prusia.[20] También en este proceso se modificó la organización política de los conservadores, ya que el conservadurismo tradicional recelaba de los liberales, operándose una escisión que con el nombre de Freikonservative Partei se constituyó como partido conservador moderado partidario del proceso de unificación con exclusión de Austria y de las innovaciones constitucionales que acompañaron a la formación de la confederación. La nueva constitución que organizaba la Confederación de Alemania del Norte constaba de un Bundesrat (Consejo Federal) de 43 miembros (17 eran prusianos) que establecía una división de poderes entre el gobierno federal y los gobiernos locales, que mantenían su autonomía en materia financiera, judicial, obras públicas y enseñanza. Se constituía también un Reichstag cuyos miembros eran electos por sufragio universal, con la capacidad de votar el presupuesto anualmente y el presupuesto militar cada cuatro años. Para el rey de Prusia como presidente de la Confederación y junto al canciller federal quedaba reservado el derecho a declarar la guerra, dirigir el ejército y firmar acuerdos. Este proyecto constitucional fue aprobado, con la introducción de importantes modificaciones por la mayoría de nacional-liberales y conservadores moderados, especialmente respecto a las competencias del parlamento, por el Reichstag constituyente de febrero de 1867, pero no pudo imponer a Bismarck el fundamento de un régimen parlamentario: el principio de responsabilidad política del canciller ante las cámaras, con lo que Bismarck conseguía sustraer la actuación del gobierno al control parlamentario. Con la última guerra y la derrota de Napoleón III se dio el último paso a la construcción formal de la unidad alemana, con exclusión de Austria, en forma de Deutsches Kaiserreich -Imperio Alemán- al que se agregaría como botín de guerra la anexión de Alsacia y Lorena. Como escribe Jacques Droz, la proclamación del imperio en la Sala de los Espejos del Palacio de Versalles fue una ceremonia dinástico militar en la que estuvo ausente cualquier forma, incluso imperfecta, de representación popular. La Constitución de la Confederación de Alemania del Norte se transformó en la nueva constitución imperial.[21]
Este proceso es protagonizado por el Reino de Prusia sobre las cenizas del fracaso de la revolución democrática de 1848. Prusia era un reino militarizado y principal potencia centroeuropea, pero también núcleo esencial del desarrollo del capitalismo industrial que transformará a Alemania en una potencia mundial disputante, junto a los EE. UU, del poder hegemónico del que disfrutaba Gran Bretaña. Esa combinación de reino militarizado que concentra el poder político en el káiser que representa a la casta militar terrateniente, y el poder económico en la potente burguesía industrial es la que permitirá impulsar esa revolución “desde arriba” o “prusianismo” como se ha denominado a la culminación de la unidad alemana y posterior desarrollo del Kaiserreich. Éste, una monarquía constitucional, con un parlamento federal con muy pocas competencias, con un gobierno federal donde el canciller (primer ministro) es sólo responsable ante el káiser, y donde el reino más poderoso de la federación, Prusia, poseía un parlamento estamental, donde cada estamento, eran tres (Drei Stände), estaba definido por el patrimonio de los electores que conformaban cada uno de ellos.
El consenso en el que se asentaba la hegemonía del bloque dominante en la primera etapa de Kaiserreich, la época presidia por Bismarck como canciller, se construyó a través de los dos principales partidos que constituían la organización política de la burguesía alemana, tanto urbana como rural, el Partido Conservador y el Nacional-Liberal, a través de política estimulada por el estado bismarckiano mediante el “Pacto del cereal y el acero”, la alianza entre el gran capital industrial y los terratenientes, especialmente de los junkers del este del Elba, una alianza que pasó por altibajos hasta la constitución del “Cártel de derechas” en la década de 1880. Pero también es necesario destacar que la relación de Bismarck con los Nacional-Liberales era anterior a 1871, tal como hemos visto más arriba, un apoyo recíproco que para el canciller significaba asegurar una estabilidad duradera al régimen monárquico y para los liberales moderados la expectativa de que ese apoyo brindado al gobierno facilitaría una evolución hacia formas más democráticas. Esas expectativas no eran vanas ya que habían conseguido la mejora del proyecto original de constitución del Reich. Otra cuestión que inducía al acuerdo entre Bismarck y el bloque liberal era la importancia de la institución militar, que no sólo se consideraba factótum fundamental de la unidad alemana, un objetivo que los nacional-liberales compartían con Bismarck, sino que modulaba el accionar político, a tal punto que Rudolf von Bennigsen, un destacado dirigente liberal, dijo en 1874, cuando el debate sobre la ley Septenal que instituía la revisión del presupuesto militar cada siete años y que el Partido Nacional-Liberal apoyó, que dicho acuerdo con el gobierno surgía “… del sentimiento urgente de que no era el momento para que el Estado alemán tolerara un conflicto entre el gobierno y el Reichstag en cuestiones del ejército”.[22] Era justamente esa importancia del ejército como herramienta de los objetivos del estado imperial en la consolidación del estado-nación, la que va a condicionar su dinámica política. El acuerdo de los liberales no puede verse como una simple concesión al autoritarismo bismarckiano para evitar un conflicto de poderes en una cuestión tan sensible como el de la fuerza militar, sino una muestra más de la dinámica de negociación y apoyo recíproco entre el poder ejecutivo y el principal bloque parlamentario. El inicio del Kulturkampf por Bismarck en 1871 aumentó aún más el apoyo de los liberales a su gobierno. La lucha contra la influencia política de los católicos era entendida por los liberales como un intento de secularizar al Estado y con ello todas las instituciones, especialmente la enseñanza, así como de impedir la influencia de las instituciones religiosas en la lucha electoral y en la acción política. El objetivo era debilitar al Zentrum, el partido católico que poseía una base de masas especialmente entre el pequeño y mediano campesinado bávaro, así como en las clases medias del sur de Alemania, así como en algunos sectores de la clase obrera, a pesar de no diferenciarse del carácter de partido de notables que poseían las demás organizaciones políticas burguesas. El Partido Conservador, la fuerza política más influyente en el Kaiserreich, representante de la aristocracia terrateniente, el ejército, el clero protestante y la burocracia era el otro pilar de la administración de Bismarck aceptaba, aunque a regañadientes el entendimiento con los liberales, y tampoco estaba de acuerdo con la Kulturkampf a la que consideraba una reminiscencia de la Revolución francesa, así como una ruptura de la alianza entre el trono imperial y el altar.[23]
A pesar de que el gobierno del Kaiserreich estaba encabezado por los representantes de la vieja aristocracia junker, de la que formaba parte Bismarck, tenía la necesidad –para alcanzar sus propios objetivos- de mantener una alianza con las corporaciones industriales consideradas como un fundamento de la “modernidad”, ya que una gran potencia militar debía apoyarse en una tecnología e industria avanzadas, lo cual era otro motivo de la necesidad de negociación constante con las organizaciones políticas que representaban a la burguesía liberal, como el Partido Nacional Liberal. Por lo tanto las transformaciones que se fueron produciendo resultaron de la interacción entre los sectores que lideraban el desarrollo industrial y el Estado, a veces de forma directa con la intervención de las organizaciones propias del empresariado industrial y en otras a través de la mediación de los partidos políticos afines o que coyunturalmente se manifestaban acordes con medidas que favorecían la expansión industrial. Mientras que el Reino de Prusia era propietario de algunas minas, el Reich y los diferentes länder no poseían ningún tipo de industrias ni intentaron jamás nacionalizar industrias privadas existentes. En cambio Bismarck intentó crear una red ferroviaria pública unificada, lo que no consiguió consumar ya que los demás estados que conformaban el Reich pretendían mantener el control de sus ferrocarriles para impedir una total subordinación no ya al Reich sino al Reino de Prusia. Si bien no consiguió ese objetivo se preocupó en adquirir las diferentes compañías de ferrocarril -lo que también hicieron los principales reinos, después de Prusia, como Baviera y Sajonia, con el fin de brindar una infraestructura esencial para el desarrollo industrial, tanto para el mercado interno como para la exportación, de tal modo que la propiedad estatal de los ferrocarriles pasó de un 56 por ciento en 1870 a un 82 por ciento en 1880. La propiedad estatal de los ferrocarriles le permitía, además de obtener sustanciosos ingresos fiscales por los servicios, regular el precio de los fletes para el transporte ferroviario que no crearan cuello de botella y facilitaran el funcionamiento industrial, y por la misma razón el Reich retuvo una parte de la minería del carbón como propiedad estatal para evitar que el cártel minero elevara arbitrariamente los precios del mineral.[24] Pero excepto en el control directo de estas grandes infraestructuras el Reich dependía de los recursos generados por el sector privado de la economía de dos maneras. Por una parte los ingresos fiscales generados por la actividad económica privada y por otra parte la provisión de productos necesarios para el funcionamiento estatal así como para el cumplimiento de objetivos. Era esa necesidad la que condujo, según Perry Anderson, a que “Bismarck, que había sido un reaccionario extremo y el truculento campeón del ultralegitimismo, fue el primer representante político de la nobleza en comprender que esta fuerza pujante podía encontrar su sitio en la estructura del Estado , y que bajo la égida de las dos clases poseedoras del reino de los Hohenzollern -los junkers prusianos y los capitalistas renanos- era posible la unificación de Alemania”, y que por lo tanto incluso el supremo objetivo nacional, también dependía de la fortuna del capitalismo en Alemania.[25] Nicos Poulantzas va más allá y argumenta que “bajo Bismarck el Estado se transformó desde dentro, en la dirección de un Estado capitalista”. Que el modo de producción dominante en la primera parte del Kaiserreich, bajo el gobierno de Bismarck, fuera el capitalista no cabe duda dado la dimensión del desarrollo industrial ya adquirido incluso desde antes de 1871, si observamos sólo el desarrollo de la empresa Krupp, buque insignia de la industria pesada alemana.[26] Pero que el modo de producción capitalista fuera el dominante ¿significa igualmente que la burguesía capitalista controlaba o influía en el proceso político germano? Ya hemos comentado cual era la arquitectura política y constitucional del Kaiserreich, la cual permitía la coexistencia de un sistema parlamentario elegido por medio del sufragio universal masculino con poderes limitados, con parlamentos como el de Prusia, el principal Estado del Reich, que tenía características estamentales, con un ejecutivo que dependía del káiser en lugar de depender del Reich. Esas características a las que hay que sumar la influencia de la aristocracia Junker en la burocracia estatal así como en el ejército, son las que han dado pie a las tesis sobre el carácter retrasado del sistema político del Kaiserreich debido al papel dominante en la estructura de poder atribuido a una clase “preindustrial” como la constituida por los Junker, lo que explicaría el Sonderweg, el recorrido especial de la modernidad alemana que desembocaría necesariamente el barbarie hitleriana, alejada de los recorridos canónicos representados por Gran Bretaña, la Francia de la Tercera República y los EE.UU., o sea aquellos sistemas políticos que conectan inextricablemente capitalismo con democracia representativa. Este patrón de desarrollo es un modelo abstracto de desarrollo político-social que posee el defecto de no corresponderse con la facticidad histórica ya que como bien afirma Geoff Eley, refiriéndose principalmente a los casos de Gran Bretaña y Francia: “… los logros democráticos fueron habitualmente el resultado de la intervención de grupos subalternos no burgueses […] al mismo tiempo las diversas fracciones de la burguesía fueron perfectamente capaces de mantenerse o acomodarse a formas no parlamentarias de gobierno, tanto monárquicas, dictatoriales como a otros tipos de autoritarismo represivos sin “traicionar” de algún modo las tareas liberal-burguesas o alienar su “verdadero” destino como clase”.[27] Sin entrar en el extensísimo terreno de la teoría del Estado que excede el alcance de este ensayo nos limitaremos a señalar que lo que permite superar la aparente paradoja que indican las afirmaciones señaladas más arriba, tanto de Anderson como de Poulantzas[28], que el desarrollo del capitalismo en Alemania no se debió a que la burguesía controlara al Estado en ningún sentido instrumental, sino que su transformación en clase dominante residió en su capacidad para asegurar que la suma de las intervenciones estatales le resultaran favorables, por lo tanto su dominio como clase residía en su habilidad para que la acción estatal permitiera la reproducción de “las condiciones económicas, políticas e ideológicas de su dominación”.[29] Lo cual nos introduce en uno de los conceptos clave con los que Gramsci acompaña y articula la revolución pasiva: la cuestión de la hegemonía, o sea cuál es la clase y cómo ejerce la dirección de las otras clases sociales, es decir quien ejerce no sólo la coerción sino también obtiene el consenso de las clases subalternas.
Una forma de calibrar medir indirectamente hacia que sectores se inclinó la balanza hegemónica es observar el tipo de actividad legislativa del Estado. En el caso alemán el sendero hacia la creación de un mercado de trabajo capitalista comienza incluso antes de 1871, y sus hitos son a Ley sobre libertad de movimiento (1867), la ley de residencia (1870) y la Ley de asistencia a los pobres (1870). Tres normas legales que favorecían a las zonas industriales y urbanas del Reich en detrimento del este rural y de otras regiones agrícolas, lo que generó la oposición de los conservadores como representantes de los sectores terratenientes y agrarios medios, ya que consideraban que estimulaban la migración de los trabajadores agrícolas a las industrias urbanas haciendo más atractivo el empleo industrial y por lo tanto, aumentaban los costes salariales en la agricultura. Pero pese a la presión ejercida sobre la cancillería tanto desde el Reichstag como desde la Dieta prusiana, prevalecieron los intereses industriales, los que devinieron política estatal, hasta el punto de que recién en 1914 los trabajadores agrícolas fueron incorporados a las prestaciones sociales. A ello hay que agregar las tres intervenciones legislativas promovidas por Bismarck que dieron nacimiento al primer sistema previsional y de seguridad social europeo, en cuya elaboración participaron los grandes empresarios industriales. Carl von Stumm, uno de los más importantes empresarios de la industria pesada y la minería se manifestó a favor de las pensiones y del seguro de invalidez, la ley sobre el seguro de accidentes laborales se basó en el memorándum del empresario de Bochum Louis Baare, y la Asociación Central de Industriales Alemanes [Central Verband der Deutschen Industriellen CVDI], fundada en 1876, que agrupaba a los más conspicuos representantes del capitalismo industrial apoyó decididamente las leyes sobre el seguro de enfermedad, accidentes laborales y pensiones.[30] Toda esta normativa refrendaba aspectos decisivos de la ideología industrialista que buscaba evitar la radicalización obrera, al mismo tiempo que buscaba conseguir una fuerza de trabajo disciplinada, saludable y cualificada, ya que el disfrute de las prestaciones sociales dependía del sometimiento a las condiciones laborales establecidas por los patronos. Pero del mismo modo que el empresariado apoyó esas leyes previsionales, se opuso firmemente al establecimiento de un seguro de desempleo, que se va a lograr recién durante la República de Weimar.[31] Eran el complemento dinámico de la ley antisocialista, por medio del cual burguesía industrial y Estado intentaban la integración subordinada de la clase obrera alemana para culminar la construcción del Estado-nación y con ello allanar el camino al desarrollo de capitalismo industrial con toda su potencia. Al mismo tiempo, en un claro do ut des, Bismarck no sólo conseguía el apoyo de la burguesía industrial sino también el apoyo de los Nacional-Liberales en cuyas filas era cada vez más predominante la presencia empresarial que desplazaba así a la vieja guardia liberal, tanto en la dirección del partido como en los escaños del Reichstag. En consonancia con ello el gobierno del Reich obtenía el apoyo liberal a la política proteccionista emprendida como respuesta a la Gran Depresión iniciada en 1873 aproximando sus posiciones a los conservadores, que defendían los intereses agrarios.[32] Todo ello demuestra que Bismarck y oposición moderada se necesitaban mutuamente. Bismarck porque a pesar de su independencia del Reichstag le daba un margen de acción amplio, necesitaba mayorías parlamentarias amplias y sólidas para reforzar sus proyectos, y con ello la monarquía, y aislar tanto a los socialdemócratas, cuya cooptación era imposible siendo el enemigo por batir, y al catolicismo político -el Zentrum– al que no había podido vencer en la Kulturkampf y era necesario debilitar para integrarlo más tarde a las mayorías leales al Estado monárquico. Por supuesto todo ello combinado con las a veces veladas y otras directas referencias de Bismarck a recurrir a un Staatsstreich (golpe de Estado) si era necesario para corregir el rumbo político.[33] Los liberales, a su vez, necesitaban mantener acuerdos con Bismarck no sólo por sus vínculos con la burguesía industrial sino también para no perder influencia en el ejecutivo para continuar impulsando reformas dentro del esquema constitucional del Kaiserreich y evitar así que aumentara el peso de los conservadores, con los que los nacional-liberales compartían parte de su base social y electoral, en el control de las instituciones estatales así como en su relación con la cancillería.[34] En ese sentido coincido con la tesis de Mommsen[35] cuando considera que el Kaiserreich era un sistema político cuyo funcionamiento se basa en una continua negociación entre factores políticos que podían revertir rápidamente su papel de opositores para devenir firmes apoyos al gobierno bismarckiano, como había resultado con el liberalismo entre 1867 y 1877.
Por lo tanto, el predominio de los intereses del capital industrial, a pesar del peso tradicional de las elites agrarias tanto en Prusia como en el resto del Reich, fue el resultado de la coincidencia de necesidades y tendencias de los propios intereses industriales y de la administración estatal. Estos últimos pueden desglosarse en tres factores:
- La dependencia del Estado de la economía privada para obtener recursos financieros, tanto para su funcionamiento general. El Estado prusiano y el Reich dependían de la economía privada para la recaudación fiscal, siendo los aranceles la fuente principal de ingresos entre 1872 y 1914. De ese modo el Estado devenía deudor de la prosperidad capitalista y la burguesía industrial se transformaba en una clase “soporte del Estado”.
- La dependencia estatal del desarrollo y producción privada para cubrir sus necesidades militares. La mayor parte de las innovaciones clave en armamentos durante el siglo XIX así como la capacidad de fabricación procedieron del sector privado. Ello fue determinante para que los funcionarios estatales se esforzaran en preservar la salud económica y la lealtad del capital, especialmente en la industria pesada. Por lo tanto la mayoría de las políticas a nivel nacional fueron dirigidas a apoyar la modernización de la economía capitalista.
- La socialización de los funcionarios estatales en un ethos y hábitos proclives a favorecer la industrialización. Las elites administrativas del Reich y del Estado prusiano habían asimilado sin ambages la necesidad de la promoción industrial. A ello contribuía el carácter meritocrático de la selección de cargos y la importancia de su formación universitaria. tanto la tradición cameralista como los teóricos de la “economía nacional” (Escuela histórica de economía política alemana) valoraban positivamente la actividad industrial y sostenían que el Estado debía comprometerse con la promoción de la modernización económica.
Pero ese compromiso con el desarrollo del capitalismo alemán no fue producto de ninguna determinación económica en última instancia, sino una respuesta a sus propios intereses como Estado, por ello para alcanzar sus objetivos el Kaiserreich no tuvo otra alternativa que la alianza con el moderno empresariado.[36]
El inicio de la Gran Depresión en 1873 provocó una grave afectación de los intereses agrarios y puso en tela de juicio la política librecambista del Kaiserreich, ya que la entrada masiva del cereal americano en los mercados europeos provocó la caída de los precios de los productos agrarios y por lo tanto de los beneficios de los agricultores. Ello impuso un debate sobre la necesidad de establecer aranceles proteccionistas que provocó una reordenación en el bloque de poder.[37] La iniciativa para debatir una política proteccionista partió de la poderosa Asociación Central de Industriales Alemanes (Centralverband deutscher Industrieller CVDI) fundada en 1876, representante de la industria pesada y metal-mecánica, junto con dirigentes agrarios intentaban convencer a Bismarck y a los conservadores sobre la necesidad de enfrentar la crisis económica consecuencia de la Gran Depresión. A esta campaña para influir en el gobierno y los grupos parlamentarios se sumó el Zentrum que rechazaba la política económica liberal practicada hasta el momento, presionado por los electores de los distritos rurales y mineros. En realidad, el propio Bismarck como gran propietario agrícola también estaba afectado por las consecuencias de la crisis y era consciente de que esta abarcaba a toda la base económica del Reich y especialmente a la que encabezaba la modernización del país: la gran industria.
Entre los Nacional-Liberales existían posiciones contrapuestas. Aquellos más vinculados a los intereses de la industria pesada abogaban por mediadas proteccionistas, mientras que los que representaban los intereses de las industrias exportadoras eran favorables al libre comercio. Además, los liberales consideraban que la elevación de los derechos aduaneros para importar productos agrícolas provocaría un aumento del precio de alimentos, lo que motivaría la protesta de los trabajadores y la exigencia de aumento de salarios. Una respuesta propia de un partido como el Nacional-Liberal que pretendía representar simultáneamente los intereses de sectores de la clase trabajadora y del empresariado industrial al que se vinculaba, caracterizada por la aspiración más a la transversalidad que a la representación de sectores sociales concretos, actitud que lejos de reforzar las posiciones del liberalismo va a contribuir con el tiempo a su debilitamiento.[38] Van a ser estas posiciones que representaban intereses contrapuestos en el seno del liberalismo las que van a conducir a la división de los Nacional-Liberales con la aprobación de los aranceles en julio de 1879, la denominada “secesión de los manchesterianos”, quienes se unieron al Partido del Progreso.[39] La mayoría restante de los Nacional-liberales, considerando que sería un error no seguir apoyando a Bismarck y con ello no perder la capacidad de interlocución con el poder ejecutivo aceptó la política proteccionista. Además las organizaciones empresariales vinculadas a la industria textil y al comercio[40] y la CVDI, apoyaban los aranceles proteccionistas.[41]
Esta decisión fue promovida por el éxito electoral del ala liberal secesionista, y el temor al crecimiento del movimiento obrero liderado por el SPD. Su clara derechización se refleja en la Declaración de Heidelberg de 1884 donde manifiestan su apoyo decidido a lo actuado por el gobierno Bismarck, incluida la política proteccionista que había causado el cisma en las filas liberales, apuestan por la continuidad de la política de transformación de Alemania en una gran potencia militar y abogan por la lucha decidida contra la subversión -o sea contra la actuación del partido socialista- y por la continuidad de la vigencia de las leyes antisocialistas, y en cambio el apoyo a las medidas de seguridad social que el gobierno de Bismarck había aprobado a favor de la clase obrera. [42] Esto último revela que la aspiración a debilitar o eliminar la creciente influencia socialista en la clase obrera no era sólo una iniciativa del conservadurismo prusiano representado por el Canciller de Hierro, sino que convergían con él en el combate contra el movimiento obrero los sectores liberales, que ahora libres de su ala izquierda, representaban claramente los intereses de la burguesía industrial e incluso de alguna burguesía agraria, y que especulaban con que esas medidas sociales les permitirían recuperar una parte del voto obrero en las zonas del sur donde la influencia de la socialdemocracia era menor. Las expresiones a favor del voto restringido, para proteger a la Honorationenpolitik[43], abundaron en los círculos nacional-liberales en torno a la reunión de Heidelberg, preocupados por la creciente movilización de los trabajadores no sólo en Prusia sino en la Alemania del sur y sudoeste.[44] Esta decisión va a convertir al Partido Nacional-Liberal en partido de gobierno, favoreciendo la constitución del llamada “Cártel de derechas” junto con los conservadores, asegurando así la estabilidad del ejecutivo presidido por Bismarck, hasta su destitución en 1890. La declaración de Heidelberg abrió la puerta al acuerdo con el que se selló la entrada de los nacional-liberales en el cártel se resolvió entre Bismarck y Johannes von Miquel a requerimiento del primero.[45] El triunfo electoral del “cártel” en las elecciones de 1887 ratificó el éxito de la proclamada Sammlungspolitik[46] y dio pie al concepto de la “alianza del cereal y del acero” al satisfacer los intereses de la gran industria y de los grandes y medianos agricultores, favorables al proteccionismo.
Los conservadores, por su parte, apoyaron con fuerza la política proteccionista hasta el punto de que sus líderes iniciaron una intensa campaña con los terratenientes para convencerles de que el proteccionismo les permitiría suprimir la competencia externa en el mercado doméstico y que la producción agrícola se vería beneficiada por la actividad industrial así también protegida. Los sectores más vinculados al mercado interno como los pequeños y medianos agricultores y propietarios, de la Prusia Occidental, Württemberg y Baviera, así como pequeños empresarios y artesanos en el ámbito industrial, se adaptaron fácilmente y sin reservas a la aplicación de medidas proteccionistas. También el Zentrum las apoyó ya que gran parte de su clientela política se hallaba entre el mediano y pequeño campesinado del sur de Alemania, reconciliándole con Bismarck después del final del Kulturkampf. La nueva política aduanera reforzó la unidad económica alemana reforzando la integración al Reich de las diversas regiones, así como favoreció la aparición de una corriente económica favorable al nacionalismo económico, de la que fueron portavoces destacados economistas como Gustav Schmoller, Adolf Wagner y Lujo Brentano -fundadores en 1873 de la Verein für Sozialpolitik– quienes solicitaban un control estatal sobre la economía.[47]
Resumiendo, el funcionamiento político del Kaiserreich, especialmente durante la etapa bismarckiana se basaba en una continua negociación entre el poder monárquico – y los partidos que conformaban el arco parlamentario y representaban a los sectores altos y medios de la sociedad alemana. Evidentemente la socialdemocracia, a pesar de crecer tendencialmente como fuerza electoral y parlamentaria estaba excluida de este esquema, y no sólo ello sino que se organizaban coaliciones en su contra.[48] Era, como lo denomina Hans Mommsen un “sistema semi-constitucional con características político-partidarias suplementarias”, que significa que si bien no existía un gobierno o gabinete partidario en la medida en que los gabinetes eran designados por el káiser, la iniciativa legislativa debía contar con el acuerdo de mayorías parlamentarias para ser viables, y ahí es donde se establecía el ámbito de negociación entre los diversos intereses sociales representados y que explica cómo pudieron impulsarse medidas reformistas, como la legislación sobre seguridad social con la preservación de los intereses de la corona o de la aristocracia terrateniente en el marco de una profunda y veloz transformación de la economía y la sociedad alemana como resultado de su industrialización. Por ello Mommsen habla de “modernización sin democratización”, de una política tecnocrática que impulsaba transformaciones sin la participación de los afectados por ellas, lo que señala claramente el carácter de revolución pasiva del proceso político alemán según hemos visto como la definía Gramsci.[49] Sin embargo hay un aspecto del análisis de Mommsen que creo necesario matizar. Si bien es muy ponderado en la definición del funcionamiento político del Reich, especialmente en la etapa de Bismarck como canciller, hay un aspecto que minusvalora y que en cambio otros autores destacan, y es la importancia del movimiento obrero como factor que incide en la formulación de esa continua negociación en la que se ven implicados el sector conservador, el liberal y la monarquía en la gestión política de Alemania, tanto en los momentos previos como después de la unificación. Si la importancia de este movimiento obrero fuera tan escasa como Mommsen pretende, ya que afirma que la burguesía alemana no comenzará a preocuparse por el mismo hasta la segunda mitad de la década de 1880, entonces no se explican algunos fenómenos que conciernen al proletariado y sus organizaciones y que son anteriores a dicha fecha.[50] El primero de ellos, el temprano interés dedicado por Bismarck a Lassalle, quien defendía un estado fuerte capaz de llevar adelante un programa de reforma social. El segundo, la preocupación por las propuestas del socialismo entre representantes conspicuos y prominentes de los círculos académicos, como el debate entre Rudolf Virchow (1821-1902),[51]y Ernst Haeckel (1834-1919)[52] en 1877, en el que a pesar de que tenía como tema la teoría de Darwin, estaba enmarcado por el explícito rechazo y condena de la socialdemocracia por ambos científicos, y claros exponentes de esa clase media liberal.[53] Por último, y en al año siguiente del debate, la aprobación de la ley antisocialista por el Reichstag a instancias de Bismarck, que consecuente con el sistema de “negociación permanente” debió contar con el apoyo, al menos de los nacional-liberales, aunque se opusieran los liberal-progresistas, muy minoritarios.[54] Por supuesto que el sistema de “compensación” funcionó con la aprobación de la legislación sobre seguridad social, una vez proscriptas las actividades de la socialdemocracia.[55] En esta como en aquella cuestión debe verse la importancia de la dependencia del Estado alemán del desarrollo industrial motivado por el peso de sus intereses y necesidades militares así como por las necesidades de financiación, estableciendo de este modo una alianza con el gran capital industrial.[56] Al mismo tiempo la esfera académica surgía en Alemania como un factor de gran incidencia en las grandes transformaciones que estaba experimentando el Reich. Por una parte su estrecha vinculación con las grandes empresas a las que aportaban los procesos tecnológicos basados en los avances científicos que experimentaba la ciencia alemana, especialmente en las ciencias naturales, con lo cual devenía un factor fundamental del avance del sector más dinámico de la economía alemana. Por otra parte personal académico universitario estaba impulsando un intenso debate que excedía sus contornos para derramarse sobre muchos ámbitos de la sociedad, a partir del mismo gran desarrollo científico que lo transformaba en el árbitro inapelable de las cuestiones sociales y políticas que preocupaban a esa sociedad civil. Desde la medicina a la antropología, pasando por la biología, la ciencia alemana reclamaba su derecho a intervenir en todas aquellas cuestiones abiertas. Un ejemplo de ello es el debate entre Haeckel y Virchow mencionado más arriba. Pero ese impacto también se reflejaba en la resonancia social que adquirían organismos vinculados a la ciencia, como la Sociedad Alemana de Antropología, Etnología y Prehistoria (Deutschen Gesellschaft für Anthropologie, Ethnologie und Urgeschichte) constituida en 1870 que integraban en su actividad a representantes del empresariado, la banca, la gran propiedad terrateniente así como profesionales de la justicia, que en su XI Congreso celebrado en Berlín en agosto de 1880 destacaba el carácter nacional de la tarea de la institución científica.[57] En ese sentido la contribución de ciencias como la antropología al desarrollo de un pensamiento político que sería hegemónico en el nacionalismo radical que se desarrollaría con fuerza bajo el reinado de Guillermo II a partir de la última década del siglo XIX, ya que, como afirma Andrew Zimmerman, “… la antropología contribuyó a la reconstrucción del nacionalismo alemán” y para ello los antropólogos sustituyeron “… las nociones de germanidad de Humboldt de una nación de eruditos o de Fichte basada en la comunidad lingüística por una identidad nacional biológica”.[58] Esa influencia de la comunidad científica en la ideología alemana hegemónica se prolongará durante toda la duración del Kaiserreich, e interactuará con el desarrollo colonial respecto del cual estudios recientes consideran que el colonialismo, a partir de la década de 1880, no constituyó ninguna esfera reservada exclusivamente a los representantes del establishment político, sino también un campo en el que interactuaron el estado y la sociedad con la actividad científica.[59]
Otro de los ámbitos de las ciencias naturales que alimentó e influyó en la formación de imaginarios populares y a su “aplicación” en la consideración de los fenómenos sociales fue el de la biología y la ciencia médica, y en esta última especialmente la bacteriología. La bacteriología constituyó uno de los campos en los que se puso de manifiesto, no sólo en los círculos científicos, sino en el público en general el avance de las ciencias naturales y en particular la biología relacionada con la medicina y como estos avances afectaban el ámbito de lo cotidiano. Los trabajos de Robert Koch que permitieron el aislamiento e identificación del bacilo de la tuberculosis, una enfermedad que la modernidad no había hecho más que exacerbar, y los primeros intentos de elaborar un tratamiento eficaz contra la misma, habían impactado en la opinión pública no sólo como el anuncio de una nueva época en el desarrollo de la medicina, sino también en la concepción de los procesos patológicos, las enfermedades que tendría especial impacto en las analogías y metáforas que se adoptarían a partir de esos conocimientos. Hasta ese momento la enfermedad se concebía como una alteración de los mecanismos internos que regulaban el funcionamiento del organismo humano. La teoría celular de Virchow no hacía más que confirmar que la patología consistía en una fisiología de la enfermedad, o sea en un trastorno de los sistemas de retroalimentación negativa que aseguraban la vitalidad y salud del organismo, en este caso trasladados a la intimidad del cuerpo celular. Virchow no había cambiado el concepto de enfermedad sino que lo había remitido a una base biológica microscópica cuyos secretos no serían revelados hasta mucho más tarde, en pleno siglo XX con los avances en la microscopía electrónica. En cambio la bacteriología introdujo una variante en el concepto de enfermedad. Al tratarse de un agente externo al organismo como causante decisivo de la enfermedad, se identificaba al microorganismo causal con el propio proceso patológico. La enfermedad ya no era producto de un desequilibrio orgánico interno sino en resultado de una “invasión desde el exterior”, el paciente era el escenario de la lucha entre el agente agresor y el médico que lo enfrentaba.[60] La invisibilidad de los microorganismos reforzaba la idea del mal “externo” a la sociedad, de su intención “aviesa” y de amenaza mortal que era fácilmente trasladable a las aprensiones y temores que se manifestaban frente a otras manifestaciones vinculables a la moderna sociedad industrial que se estaba desarrollando, como el ambiente malsano y la degradación y miseria creciente de las clases populares. Al tratarse de una invasión exterior, de organismos ajenos al propio cuerpo, era bastante fácil trasladar esa característica a otras agresiones temidas o esperadas de órganos que también se consideraban ajenos o incluso antagonistas de la sociedad establecida, como por ejemplo el movimiento obrero de inspiración socialista. La protección frente a la penetración del organismo alieno exigía destruirlo antes de que invadieran el organismo. Es muy importante tener en cuenta los aspectos antes comentados sobre la construcción de la moderna sociedad capitalista y la nación alemana durante la etapa imperial, ya que un factor fundamental era el de la definición de alteridades, de cuerpos extraños cuya derrota o al menos su control, debía asegurar la consolidación de la nación. Son los sentimientos cultivados desde las cumbres del poder pero también alimentados por los movimientos nacionalistas radicales, que se objetivaban en el antisocialismo y el creciente racismo antisemita. También reforzará esas analogías la extensión del concepto parásito al ámbito social, un concepto asumido por las ciencias naturales, pero introducido por primera vez por economistas como Albert Schaffle, quien en 1881, en base a un enfoque organicista escribía esta analogía basada en el concepto de parasitosis utilizado por la medicina,
“El parásito social se aprovecha de la fuerza y de la eficiencia del trabajo de su huésped […] la parte proliferante de la judería es parásita, y por cierto muy peligrosa. Que lo es lo explica en los hechos de su historia la aplicación de la teoría de la evolución de los parásitos”.[61]
La terminología bacteriológica va a adquirir progresivamente el rango de lente a través de la cual se podían observar y eventualmente modificar los fenómenos sociales que podían ser interpretados como una amenaza al statu quo.
Así mismo el prestigio de la universidad tuvo un fuerte impacto en la configuración y funcionamiento de la estructura estatal. Para cubrir los cargos en el servicio civil, los funcionarios debían poseer titulaciones universitarias, ya que los principios de la “economía nacional”, o sea la implicación del Estado en la promoción de la modernización económica, exigían una sintonía con los avances científicos y tecnológicos, de los que dependía dicha modernización en forma creciente, a medida que se iba acelerando el despliegue industrial alemán.[62] Esa situación establecía una articulación a tres bandas entre sociedad política y sociedad civil a través de la relación establecida entre Estado imperial, capital industrial y ámbito académico, que tan característico resultaría en la historia alemana a partir de la unificación.[63]
De ese modo los medios universitarios como desarrolladores de la actividad científica contribuían a la elaboración ideológica y de culturas políticas a través del prestigio social del que gozaban los académicos y de la difusión de los resultados de su actividad van a aportar una parte esencial de los códigos y conceptos que van a permitir a las clases dominantes de la etapa bismarckiana alcanzar el consenso y la dirección de la sociedad. La influencia de las nociones científicas en la ideología dominante era el resultado de su objetiva contribución a la potencia industrial, militar y cultural de Alemania, reconocida en el ámbito europeo, constituyendo la influencia de la ciencia en la sociedad civil y en el Estado simultáneamente causa y efecto.
Por lo tanto, fuera de ese consenso quedaba el movimiento obrero organizado alrededor del partido socialdemócrata y los sindicatos libres. Considerado Reichsfeinde, la antipatria o enemigo del Reich, fue duramente reprimido mediante la promulgación de la ley antisocialista en 1878, recién derogada en 1890, cuando Bismarck abandonó la cancillería. Los nacional-liberales junto a los conservadores y el Zentrum aprobaron la ley. Pero mientras que 1878, al menos los liberales, habían aceptado la ley antisocialista siguiendo la línea del do ut despropuesto por ellos para alcanzar una cierta reciprocidad entre el ejecutivo y el Reichstag especialmente en el ámbito de aumentar la capacidad de control del parlamento sobre el ejecutivo y de avanzar en la construcción de un verdadero Estado de derecho así como garantizar la continuidad de la política económica liberal; en 1884, tal como hemos visto, había prevalecido el temor a la creciente movilización del movimiento obrero que la represión no había podido impedir, cuando los nacional-liberales se habían deshecho de su ala más progresista, y por ello habían pedido la continuidad de la vigencia de esa legislación represiva.[64]
Esa represión no fue la única política del canciller respecto a las clases subalternas, sino que trató de incorporar al consenso a la clase obrera, una vez descabezadas sus organizaciones políticas y sindicales, mediante la creación de tres instituciones consideradas los fundamentos de una primitiva seguridad social: en 1883, la creación del seguro de enfermedad; al año siguiente, la del seguro de accidentes; y en 1889, el que fue el primer sistema de pensiones de jubilación de la historia, que dotaba de una pensión a los trabajadores a partir de los 70 años, pensiones que se financiaban con el aporte de los mismos trabajadores, los patronos y el estado.
Como resumen y conclusión de este apartado podemos convenir que la fase bismarckiana del Kaiserreich vivió una verdadera revolución pasiva de acuerdo con los parámetros que nos ha brindado Gramsci en la elaboración del concepto, a su vez fruto del análisis histórico y no de una especulación sociopolítica o un Ideal-Typus weberiano. ¿Cuáles son los elementos de esa revolución pasiva? La primera es la culminación de la construcción de Alemania como Estado-nación, un objetivo tenazmente perseguido desde 1848, pero alcanzado mediante la intervención burocrática-militar mediante tres guerras, pero con el apoyo de las fuerzas que de un modo u otro se consideraban herederas de las fuerzas moderadas de 1848, y la aceptación de la tradicional elite aristocrática prusiana que comprobó que sus intereses no eran afectados. El apoyo del liberalismo alemán no es el resultado de un consenso pasivo del mismo ya que si bien era también un objetivo compartido con el poder ejecutivo fueron capaces de introducir mejoras en el sistema constitucional elaborado por Bismarck, aunque sin conseguir una transformación de la monarquía en monarquía parlamentaria donde la nominación del canciller dependiera de las mayorías parlamentarias y no del káiser. Por lo tanto, la elite dominante que controlaba el Estado recogió reivindicaciones de la sociedad civil, especialmente de las clases medias que modificaron el sistema político previo a la unificación. A su vez, ese sistema de negociación permanente entre Bismarck, nacional-liberales, conservadores y Zentrum otorgó al sistema político una cierta estabilidad que favoreció el espectacular desarrollo industrial que colocaría a Alemania como una de las potencias económicas predominantes en Europa, compitiendo junto con los EE. UU. en la disputa contra el viejo taller del mundo Gran Bretaña. Especialmente a destacar que ese desarrollo, iniciado antes de 1873, continuó en el marco de la Gran Depresión, ante el giro proteccionista adoptado por Bismarck con el apoyo de las tres organizaciones políticas arriba mencionadas.[65] Por último el otro rasgo destacable de la revolución pasiva bismarckiana radica en la combinación de represión del movimiento obrero liderado por la socialdemocracia y la concesión a la clase obrera del primer sistema de seguridad social, con el fin como hemos comentado de integrar de forma subalterna a la clase y erradicar la influencia del socialismo en sus filas. Por lo tanto, las categorías de revolución-restauración y de revolución pasiva que Gramsci elabora en base a sus reflexiones sobre el Risorgimento son adecuadas, a nuestro juicio, para valorar y analizar la relación dialéctica de los fenómenos analizados en la construcción de Alemania como Estado unificado. Escribe Gramsci,
“Tanto la «revolución-restauración» de Quinet como la “«revolución pasiva»” de Cuoco expresarían el hecho histórico de la falta de iniciativa popular en el desarrollo de la historia italiana, y el hecho de que el «progreso» tendría lugar como reacción de las clases dominantes al subversivismo esporádico e inorgánico de las masas populares con «restauraciones» que acogen cierta parte de las exigencias populares, o sea «restauraciones progresistas» o «revoluciones-restauraciones» o también «revoluciones pasivas»”.[66]
En el binomio que invocan tanto Cuoco como Quinet, el concepto de restauración adquiere, según Gramsci, la máxima importancia, ya que en el devenir histórico y en la relación dialéctica entre “revolución” y “restauración”, propia del proceso histórico, el resultado jamás es el de la vuelta a un puro statu quo ante, sino que implica siempre un mayor o menor grado de transformación de los contenidos sociales, pero que no altera significativamente ni los presupuestos ni los resultados de la revolución pasiva, ni la correlación de fuerzas sociales, lo que se comprueba en la fase bismarckiana del Kaiserreich. Bismarck innovaba para conservar, pero como hemos visto en párrafos anteriores, el resultado era una sociedad con un Estado de Bienestar sorprendentemente moderno. Su modernidad no venía definida por ningún tipo ideal, sino porque varias de sus características reflejaban las que exhibirían los Estados de Bienestar europeos del siglo XX.[67] El juego entre los diferentes sectores de las clases dominantes fue arbitrado por la burocracia estatal a cuyo frente se encontraba el “canciller de hierro”, lo que le permitía retener la iniciativa política manteniendo el equilibrio de poder entre las diversas facciones de las elites dominantes, tanto en el terreno político, entre nacional-liberales, conservadores y católicos (Zentrum), como en el terreno económico y social entre industriales y agrarios.[68]
A su vez ese protagonismo no sólo del canciller de hierro sino de la burocracia estatal, incluida no sólo la administrativa sino también la militar, introduce en nuestro análisis otro elemento que Gramsci vincula a menudo con la revolución pasiva y que es el fenómeno cesarista. Éste es reconocible como característica de su acción política en desde el momento de su intervención en la crisis constitucional que afecta al reino de Prusia en 1862 (ver pp. 6-7), en las que el gobierno de Bismarck adquirió los rasgos característicos del cesarismo regresivo, según la consideración de Gramsci:
“… el cesarismo expresa una situación en la cual las fuerzas en lucha se equilibran de modo catastrófico […] Cuando la fuerza progresista A lucha contra la fuerza progresista B, puede suceder no sólo que A venza a B o B venza a A, puede suceder también que no venzan ni A ni B, sino que se agoten recíprocamente y una tercera fuerza C intervenga desde fuera sometiendo lo que queda de A y B […] Pero el cesarismo, si bien expresa siempre la solución ‘arbitral’, confiada a una gran personalidad, de una situación histórico-política caracterizada por un equilibrio de fuerzas de perspectivas catastróficas, no siempre tiene el mismo significado histórico. Puede haber un cesarismo progresista y uno regresivo y el significado exacto de cada forma de cesarismo, en último análisis, puede ser reconstruido por la historia concreta y no por un esquema sociológico. Es progresista el cesarismo cuando su intervención ayuda a la fuerza progresista a triunfar, aunque sea conciertos compromisos y atemperamientos limitativos de la victoria; es regresivo, también en este caso con ciertos compromisos y limitaciones, que sin embargo poseen un valor, un alcance y un significado distintos que en el caso precedente. César o Napoleón I son ejemplos de cesarismo progresista. Napoleón III y Bismarck de cesarismo regresivo. Se trata de ver si en la dialéctica ‘revolución-restauración’ es el elemento revolución o el elemento restauración el que prevalece, porque es cierto que en el movimiento histórico no se retrocede jamás y no existen restauraciones ‘in toto’”.[69]
De acuerdo con lo comentado más arriba Bismarck gobernará durante cuatro años sin presupuesto aprobado por el parlamento prusiano e impulsará en ese período dos guerras, contra Dinamarca primero y Austria después, que prepararán el terreno con el fortalecimiento de su ejército del triunfo sobre Francia que abrirá las puertas a la realización de la unidad alemana y la constitución de Alemania como Estado-nación bajo la forma política de Imperio (Reich) constitucional. Ese período, entre 1862 y 1866 es el que podríamos denominar el momento cesarista de etapa bismarckiana, en el que el decisionismo de Bismarck marca el rumbo y desbloquea, vía militar, el impasse en el conflicto entre el Landtag y la monarquía prusiana y culmina con el proyecto de indemnidad de 1866 que restablece cierto protagonismo del parlamento prusiano al reconocer con ese proyecto que el parlamento debe participar en las decisiones presupuestarias. Claramente, a partir de 1871, de acuerdo a lo que hemos analizado más arriba, ese cesarismo cedería a favor de ese sistema de negociación entre el Reichstag y el poder ejecutivo imperial, con Bismarck como canciller, negociación permanente en la éste tratará de articular políticas que estabilicen al sistema monárquico y favorezcan el desarrollo de Alemania como potencia con los tres grupos políticos mayoritarios: liberales (nacional-liberales), conservadores y católicos (Zentrum); mientras mantiene su hostilidad hacia el movimiento obrero liderado por la socialdemocracia. Resumiendo, la acción política de Bismarck coincide con ese cesarismo regresivo que Gramsci la atribuye al consolidar el poder monárquico y militar mediante una acción decisiva -dos guerras, en 1864 y 1866- en las que la situación de necesidad que toda situación bélica busca legitimar le permitía a Bismarck establecer un régimen de excepción que no será cuestionado, ya que su liderazgo, una vez superada esa primera fase, se fortalecerá en base a la concordia con el bando parlamentario y el apoyo que recibirá de éste.
A la muerte de Guillermo I, le sucedió Federico III, pero su reinado fue muy breve durando sólo tres meses debido a que estaba gravemente enfermo de cáncer. Por lo tanto, a Federico III le sucedió su hijo quien como Guillermo II fue coronado rey de Prusia y emperador de Alemania el 15 de junio de 1888. Pronto se deterioraron las relaciones entre Bismarck y el nuevo káiser, ya que este a diferencia de los anteriores y especialmente de su abuelo tenía la intención de tener un papel más activo en la dirección de los asuntos del Estado. Además, tenía una orientación diferente sobre los métodos de la acción política, ya que pretendía buscar un amplio consenso que fuera más allá de la “coalición del acero y el cereal” y de la Sammlungspolitik, intentando atraer incluso a sectores de la clase obrera mediante una política de ampliación de la legislación social, con el fin de reforzar el apoyo popular a la monarquía. En cambio, Bismarck no sólo continuaba manteniendo la necesidad de apoyarse en el cártel de derechas, sino que además creía necesario renovar la legislación antisocialista convirtiéndola en permanente. Pero dos fenómenos de gran alcance político definieron definitivamente el futuro de la administración bismarckiana. El primero fue a nivel parlamentario con el claro retroceso electoral de nacional-liberales y conservadores y el avance de socialistas y católicos en las elecciones al Reichstag de febrero de 1890, por lo tanto, la derrota de la base política que sostenía la política de Bismarck. El segundo fue la intensificación de las luchas obreras que culminó con la gran huelga minera de abril de 1889 en la Alta Silesia y en el Ruhr. Ante la resistencia de la patronal a satisfacer las demandas de los huelguistas una delegación de mineros solicitó la intervención del emperador para solucionar la disputa. Guillermo II vio la oportunidad de reforzar su autoridad presionando a los empresarios que cedieron al acuerdo con los mineros. Es necesario tener en cuenta la importancia fundamental de la minería del carbón para la economía de la segunda revolución industrial, equivalente a la que poco después adquiriría el petróleo, así como para el uso militar, ya que los navíos de guerra funcionaban con calderas alimentadas con carbón, así como los ferrocarriles, de gran importancia para el transporte de tropas.[70] La masividad de las huelgas y el estado de las reservas de ese mineral para el ejército aconsejaron al Káiser la negociación con los huelguistas para acabar con ella en lugar de las medidas represivas que indicaban Bismarck y los Krupp, acelerando la derogación de aquellas leyes.[71] El avance electoral socialista y del Zentrum, así como el triunfo minero que culminó una intensificación de la lucha de clases en el Kaiserreich provocaron tanto la imposibilidad de renovar la vigencia de las leyes antisocialistas, ante la negativa de los liberales de apoyarla, como la dimisión de Bismarck como canciller y su sustitución por Leo von Caprivi.
De este modo se produjo una fisura importante en la hegemonía ejercida por las elites dominantes, cuyos síntomas más destacados fueron la caída de Bismarck y el triunfo de la lucha obrera que logró la derogación y no renovación de la ley antisocialista. Esa fisura se ampliaría también por la aparición de un conjunto de movimientos de extrema derecha, entre ellos la Liga Naval (Deutscher Flottenverein), la Liga Pangermánica (Alldeutschen Verband), la Liga Colonial (Kolonialverein), la Liga Militar Alemana (Deutscher Wehrverein), la Liga Imperial contra la Socialdemocracia (Reichsverband gegen die Sozialdemokratie), que impondrían un relato ultranacionalista, racista e imperialista que fluctuaría entre la oposición a los sucesivos gobiernos del Kaiserreich y el apoyo condicionado a los mismos, pero siempre con un evidente grado de autonomía frente a las organizaciones políticas tradicionales. A partir de 1890 la dirección política del Kaiserreich se esforzaría en recomponer la hegemonía en crisis en un proceso que culminaría en 1914. Pero el análisis de este proceso en la etapa presidida por Guillermo II ya sería el motivo de otro ensayo.
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[1] Friedrich Engels y Ernst Wangermann, The Role of Force in History; a Study of Bismarck’s Policy of Blood and Iron (New York, International Publishers, 1968).
[2] Jacques Droz, La Formación de la unidad alemana: 1798-1871 (Barcelona: Vicens-Vives, 1973), 224-32.
[3] Hans-Ulrich Wehler, Nationalismus: Geschichte – Formen – Folgen (München: Beck, 2004), 75.
[4] James Retallack, Imperial Germany 1871-1918 (Oxford ; New York, 2008), 34-36.
[5] Wilhelm Leo Guttsman, The German Social Democratic Party, 1875-1933: from ghetto to Government (London: George Allen and Unwin, 1981), 55-61.
[6] Cit. por Guttsman, 58.
[7] Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. T 1 (México: Era, 1999), C 1, <117>, 170 Gramsci considera que: «La dirección militar debe estar siempre subordinada a la dirección política, o sea que los mandos del ejército deben ser la expresión militar de una determinada política», 169.
[8] El desarrollo industrial, especialmente el de la industria pesada, estuvo vinculado a los intereses militares del Imperio alemán lo que a su vez conllevaba la dependencia del Kaiserreich de la pujanza y modernidad de la empresa privada alemana.
[9] Wolf Lepenies, La Seducción de la cultura en la historia alemana (Madrid: Akal, 2008), 35 y 118.
[10] La historiografía y la ciencia política tradicionalmente utilizaron el concepto de «vía prusiana» para denominar especialmente al tipo de proceso de transición de una sociedad agraria y semi-feudal a una sociedad capitalista industrial como el que se produjo en Alemania, donde la clase terrateniente dominante sin abandonar su control del Estado otorgó desde arriba una reforma de las estructuras sociales que, si conservaron supervivencias del antiguo modo de producción estatal, estas fueron desapareciendo a medida que se desplegaba en todo su potencial la organización capitalista, sin embargo este concepto actualmente está en un relativo desuso, ver Albert Soboul, Problemas campesinos de la revolución, 1789-1848 (Siglo XXI de España Editores, 1980), 196-198; Barrington Moore, Los Orígenes sociales de la dictadura y de la democracia: el señor y el campesino en la formación del mundo moderno, 2a ed (Barcelona: Península, 1976), 351 y sig.
[11] Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel T. 3 (México, D.F.: Ediciones Era, 1984), C 8 <25>, 231.
[12] Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. T. 5 (México: Era, 1999), C 15 <18> 194-195.
[13] Ibid., C 15 <59> 232–233, y también T 2, C 4 <57> 216.
[14] Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. T. 2 (México: Era, 1999), C 4 <57>, 216-217.
[15] Un ejemplo claro de transformismo “molecular”, tal como lo denomina Gramsci (T3, C 8, <36>, 235) es la trayectoria de Johannes von Miquel (1828-1901) quien inició su actuación política uniéndose al movimiento republicano en 1848, para luego de un contacto epistolar con Marx entre 1850 y 1857 entrar a forma parte de la ilegal Liga de los Comunistas. Abandona la Liga para unirse a los liberales y defender la unidad de Alemania bajo la dirección de Prusia. En 1863 es elegido miembro de la segunda cámara de Hannover y desempeñó un papel destacado en la integración de la nueva provincia en el Estado prusiano tras la anexión de Hannover en 1866. De 1867 a 1982 fue miembro de la Cámara de Representantes de Prusia. Desde 1867 (hasta 1877, de nuevo 1887-90) fue miembro del Reichstag de la Confederación del Norte de Alemania y del Reichstag alemán, y por último fue nombrado ministro de Finanzas de Prusia en 1897, cargo que mantuvo hasta 1901 en que fue destituido por el káiser, ver Aldenhoff, Rita, “Miquel, Johannes von” in: Neue Deutsche Biographie 17 (1994), S. 553-554 [Online-Version]; URL: https://www.deutsche-biographie.de/pnd11873413X.html#ndbcontent.
[16] Droz, La Formación de la unidad alemana, 217-20.
[17] «F. Engels (1888): El papel de la violencia en la historia.», accedido 22 de agosto de 2022, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/1888viol2.htm#n48.
[18] El primer paso en su constitución se produjo el 18/8/1866 cuando Bismarck firmó un tratado de alianza con 21 Estados alemanes.
[19] Al que ya he señalado como ejemplo de transformismo, ver nota 15.
[20] Droz, La Formación de la unidad alemana, 232-35.
[21] Droz, 259-60.
[22] Wolfgang Mommsen, Imperial Germany 1867-1918: politics, culture, and society in an authoritarian state (London;; New York: Arnold ;Distributed exclusively in the USA by St. Martin’s Press, 1995), 14.
[23] Michael Stürmer, El Imperio Alemán, Breve historia universal (Barcelona: Mondadori, 2003), 67-70.
[24] Ulrich Wengenroth, «The Rise and Fall of State-Owned Enterprise in Germany», en The Rise and Fall of State-Owned Enterprise in the Western World, ed. Pier Angelo Toninelli, Comparative Perspectives in Business History (Cambridge: Cambridge University Press, 2000), 104-7; y también Sidney B. Fay, «State Ownership in Germany», Current History 18, n.o 103 (1950): 129-31.
[25] Perry Anderson, El Estado absolutista … (Madrid, etc.: Siglo XXI, 1984), 279-80.
[26] Carlo M. Cipolla, (4). El nacimiento de las sociedades industriales (Barcelona: Ariel, 1982), 118 y sig.
[27] David Blackbourn y Geoff Eley, The Peculiarities of German History: Bourgeois Society and Politics in Nineteenth-Century Germany (Oxford Oxfordshire; New York: Oxford University Press, 1984), 88.
[28] Para comenzar a superar al menos a nivel fáctico la paradoja planteada por los teóricos del Sonderweg recordada por las citas de Perry Anderson y Nicos Poulantzas, George Steinmetz afirma que «Hacia 1880 la estructura de clases en Alemania era, tal vez, aún más dominada por las relaciones sociales del capitalismo industrial que en Francia y EE.UU», ver «The Myth of an Autonomous State: Industrialists, Junkers and Social Policy in Imperial Germany», en Geoff Eley, Society, culture, and the state in Germany, 1870-1930 (Ann Arbor Mich: University of Michigan Press, 1996), 276.
[29] Blackbourn y Eley, The Peculiarities of German History: Bourgeois Society and Politics in Nineteenth-Century Germany, 134-35.
[30] George Steinmetz, «The Myth of an Autonomous State: Industrialists, Junkers, and Social Policy in Imperial Germany» en, Eley, Society, culture, and the state in Germany, 1870-1930, 293-95.
[31] George Steinmetz, «The Myth of an Autonomous State: Industrialists, Junkers, and Social Policy in Imperial Germany» en, Eley, 296-98.
[32] James Sheehan, German liberalism in the nineteenth century (London: Methuen, 1982), 198-200.
[33] Michael Stürmer, «STAATSSTREICHGEDANKEN IM BISMARCKREICH», Historische Zeitschrift 209, n.o 1 (1 de diciembre de 1969): 566-615, https://doi.org/10.1524/hzhz.1969.209.jg.566.
[34] 181-188 Sheehan, German liberalism in the nineteenth century.
[35] Mommsen, Imperial Germany 1867-1918.
[36] George Steinmetz, «The Myth of an Autonomous State: Industrialists, Junkers, and Social Policy in Imperial Germany» en, Eley, Society, culture, and the state in Germany, 1870-1930, 296-304.
[37] Geoff Eley, Reshaping the German right: radical nationalism and political change after Bismarck (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1990), 4-6.
[38] David Blackbourn y Richard J. Evans, eds., The German Bourgeoisie: Essays on the social history of the German middle class from the late eighteenth to the early twentieth century (London: Routledge, 2014), 17, https://doi.org/10.4324/9781315778327.
[39] Hans-Ulrich Wehler, The German Empire 1871-1918 (Leamington: Berg, 1985), 74-75; Ver también, Jacques Droz y Pierre Guillen, Historia de Alemania. Vol. 2, Vol. 2, (Barcelona: Vicens-Vives, 1973), 55-57.
[40] Estas organizaciones, creadas poco después de la unificación alemana, eran: – Verein zur Wahrung der gemeinsamen wirtschaftlichen Interessen in Rheinland und Westfalen (Asociación para la protección de los intereses económicos comunes a Renania y Westfalia), llamada también Langnamverein (Asociación del nombre largo) y Verein Süddeutscher Baumwollindustrieller
[41] Cornelius Torp, «The “Coalition of «Rye and Iron»” under the Pressure of Globalization: A Reinterpretation of Germany’s Political Economy before 1914», Central European History 43, n.o 3 (2010): 405.
[42] Dan S. White, The Splintered Party: National Liberalism in Hessen and the Reich, 1867-1918 (Cambridge : Harvard University Press, 1976), 238-39 Cabe tener en cuenta que en la aprobación de la Declaración de Heidelberg participaron los miembros locales del Partido Nacional-Liberal de las .
[43] Significa política de notables. La actividad política estaba a cargo de agrupaciones de personalidades locales que dirigían una actividad poco estructurada y casi informal, sin base de masas, y que se organizaba en comités en los períodos electorales.
[44] White, The Splintered Party, 97-99.
[45] White, 109-11.
[46] Significa política de concentración o de bloque. Era la política propugnada por Bismarck para conseguir mayorías estables en el Reichstag en base a la acción parlamentaria conjunta de los Reichstreue (leales al Reich), básicamente conservadores y nacional-liberales. A nivel socioeconómico su equivalente era la denominada “Alianza del acero y el centeno” industria pesada más gran y mediana propiedad agrícola, para apoyar la política proteccionista inaugurada en 1879.
[47] Droz y Guillen, Historia de Alemania. Vol. 2, Vol. 2, 30-32.
[48] El fracaso de la Sozialistengestezt (la ley antisocialista), derogada en 1890, no impidió que se multiplicaran las iniciativas contra la socialdemocracia, tanto presiones sobre el gobierno del Reich para reeditar la proscripción del SPD, como lo que acabó adoptando la estructura de una organización constituida por representantes de los dos partidos de la Sammlungspolitik, conservador y nacional-liberal (con la ausencia de los liberales de izquierda) y apoyados por empresarios industriales –entre ellos Krupp quien hizo generosas aportaciones financieras- y propietarios agrarios, en la Reichsverband gegen Sozialdemokratie [Liga Imperial contra la Socialdemocracia] fundada en 1904, que alcanzaba en 1909 los 211.000 miembros, ver James Retallack, «Liberals, Conservatives, ad the Modernizing State: The Kaiserreich in Regional Perspective», en Eley, Reshaping the German right: radical nationalism and political change after Bismarck, 1990, 228-35.
[49] Mommsen, Imperial Germany 1867-1918, 1-7.
[50] Mommsen dice que la actitud de la clase media liberal acabaría adhiriendo al estado autoritario prusiano para protegerse del ascenso de la clase obrera no es aceptable para las décadas de 1860 y 1870, por la razón de que todavía no había adquirido el peso social, producto de la industrialización, que recién se produciría a mediados de la década de 1880, y que por lo tanto “no se puede hablar de una amenaza concreta y mensurable a las clases medias, procedente del proletariado” durante esas dos décadas . Por el contrario, esa actitud conservadora se debería al retraso relativo de las relaciones sociales. Ibid., 6.
[51] Fue uno de los médicos y patólogos más prominentes del siglo XIX, sin embargo no limitó su actividad a la investigación, ya que militó en las filas del Partido Progresista (Fortschrittspartei) del que fue uno de los fundadores, y en el que destacó como un firme oponente de Bismarck.
[52] Zoólogo y filósofo natural monista, introdujo los términos ontogenia, filogenia y ecología en el lenguaje de las ciencias naturales. Fue además un divulgador de las ciencias naturales y de una versión particular del darwinismo, que transmitió a través de obras de gran difusión en Alemania como Historia Natural de la creación [Natürliche Schöpfungsgeschichte] (1868), y Enigmas del Universo[Die Welträtsel] (1899). Fue miembro fundador de la Liga Pangermánica.
[53] Además a partir de 1873 el gobierno de Prusia había redoblado sus acciones contra el movimiento obrero socialista que había culminado con la proscripción de la ADAV de Lasalle y con el Partido Social Democrático liderado por Bebel y Liebknecht en 1875, ya que estas organizaciones obreras eran consideradas como “un estado dentro del estado”, según declaraciones del fiscal general Tessendorf, Wilhelm Leo Guttsman, The German Social Democratic Party, 1875-1933: From Ghetto to Government (London: George Allen and Unwin, 1981), 58–59.
[54] Wehler, The German Empire 1871-1918, 80-81; Geoff Eley, Reshaping the German right: radical nationalism and political change after Bismarck (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1990), 349.
[55] Stürmer, El Imperio Alemán, 76; Las leyes aprobadas fueron las siguientes: sobre el seguro de enfermedad n el artesanado y la industria (1883), financiado en sus dos tercios por los obreros y el resto por la patronal; la ley sobre el seguro de accidentes (1884), íntegramente a cargo de la patronal; y la ley sobre el seguro de vejez (1889), que fijaba la jubilación a los sesenta años que se financiaba con aportaciones obreras, patronales y del Estado, ver Historia General Del Socialismo. De 1875 a 1918. vol 1(Barcelona: Destino, 1976), 37-38.
[56] George Steinmetz, “The Myth of an Autonomous State: Industrialists. Junkers, and Social Policy in Imperial Germany”, en Geoff Eley, Society, Culture, and the State in Germany, 1870-1930 (Ann Arbor Mich: University of Michigan Press, 1996), 300–304.
[57] Correspondenz-Blatt der Deutschen Gesellschaft für Anthropologie, Ethnologie und Urgeschichte, s. f., 81 Nr. 9, 10 & 11, Sept., Okt. u. Nov. 1880.
[58] Andrew Zimmerman, Anthropology and antihumanism in Imperial Germany (Chicago: University of Chicago Press, 2001), 135.
[59] Pascal Grosse, Kolonialismus, Eugenik und bürgerliche Gesellschaft in Deutschland 1850-1918 (Frankfurt/Main; New York: Campus, 2000), 240.
[60] Christoph Gradmann, «Invisible Enemies: Bacteriology and the Language of Politics in Imperial Germany», Science in Context13, n.o 01 (2000): 11-13 Este autor plantea que existía una influencia recíproca entre científicos y opinión popular en la extensión del lenguaje bacteriológico a lo político y social, y que el vínculo entre ambos ámbitos era la utilización de metáforas militaristas al describir tanto la amenaza de las bacterias como las características de la lucha contra ellas.
[61] Citado por, Sarah Jansen, «Schädlinge» : Geschichte eines wissenschaftlichen und politischen Konstrukts 1840-1920 (Frankfurt: Campus Verlag, 2003), 269 Albert Schäffle, Bau und Leben des socialen Körpers, Tübingen, 1881.
[62] Christophe Charle, “Patterns”, en Water Rüegg (ed.), Universities in the Nineteenth and Early Twentieth Centuries ,1800-1945(Cambridge: Cambridge University Press, 2004), 59-61.
[63] También a nivel informal se reproducían esas relaciones entre diversas esferas sociales y políticas como las que describe Wilhelm Waldeyer en sus memorias, quien asistía a las reuniones regulares de la Mittwoch-Gesellschaft de Berlín, una prestigiosa asociación intelectual, donde compartían tertulia y conferencias académicos, escritores, artistas y militares, Wilhelm von Waldeyer-Hartz, Lebenserinnerungen (Bonn: F. Cohen, 1921), 272–278.
[64] Mommsen, Imperial Germany 1867-1918, 16-19.
[65] Mommsen, 15-16.
[66] Gramsci, Cuadernos de la cárcel T. 3, C 8 <25> 231.
[67] Massimo Modonesi, ed., La revolución pasiva: Una antología de estudios gramscianos (Manresa: Bellaterra Edicions, 2022), 298.
[68] Mommsen, Imperial Germany 1867-1918, 15.
[69] Gramsci, Cuadernos de la cárcel. T. 5, C 13 <27> 65; Francesca Antonini, Caesarism and Bonapartism in Gramsci: Hegemony and the Crisis of Modernity (Leiden – Boston: Brill, 2021), 144.
[70] Nikolas Dörr, Lukas Grawe, y Herbert Obinger, «The Military Origins of Labor Protection Legislation in Imperial Germany», Historical Social Research 45, n.o 2 (2020): 48-49, https://doi.org/10.12759/hsr.45.2020.2.27-67.
[71] Guttsman, The German Social Democratic Party, 1875-1933, 98.