In memoriam de Giuseppe Prestipino (1922-2020)

Prestipino era un sabio, un gran intelectual formado en la universidad italiana, y por tanto dotado de una cultura clásica formidable y de un conocimiento de la cultura alemana, de la filosofía alemana y del idealismo alemán, Hegel incluido, de primer nivel. Tener esta base no era sino el fundamento desde el que desarrolló una obra espléndida debido a que poseía una inteligencia portentosa. Era un especialista en Gramsci. También había estudiado los clásicos, a Engels, por ejemplo, y conocía a los grandes marxistas germánicos del siglo XX. Alto, delgado. Poseía una ironía fina y un sentido del humor agudo, y era de una elegancia personal, con un punto de nonchalance, de despreocupación, que lo hacía adorable y envidiable.

Formaba parte de una generación de intelectuales que se incorporan a los partidos comunistas como consecuencia de la experiencia de la lucha contra el fascismo y de los frentes antifascistas. En su caso, fue la lucha contra el fascismo italiano y la experiencia de la segunda guerra mundial y de la Resistencia. El antifascismo generó una nueva cultura política comunista, abierta. Y esto se produjo muy especialmente en el PCI, cuya dirigencia tenía un núcleo central, de gran nivel, formado por hombres del sur, los «croceanos», entre ellos, Palmiro Togliatti. Un tipo de político que sabía que lo fundamental de una sociedad es la cultura material que la constituye, la «eticità». Y que todo esfuerzo por generar cultura, a comenzar por el arte, era fundamental. No es casualidad que el mejor cine del siglo XX fuese el italiano, ni que surgiera una pléyade de grandes escritores de izquerdas. Toda esa intelectualidad se adhiere al partido comunista italiano, que la potencia.

Esa inteletualidad, de grandisimo nivel, lo mismo que la de muchos de los intelectuales franceses que, desde la misma experiencia antifascista se incorporan al PCF, o las de los intelectuales comunistas de esa generación que se organizan en otros diversos partidos comunistas, tenía una característica singular. Su carácter militante. Esta palabra, que deseo utilizar, porque la merecen, debe ser de inmediato explicada. Decir hoy día de alguien que es muy militante es decir finamente que es un tozo sectario, fanático, de pocas luces y aún menos lecturas. Un zorrocotroco que, si no es que lucha por su mendrugo y su lugar al sol, es porque tiene tan pocas luces que solo sirve para obedecer sin más la consigna del momento.

Para estas personas cuya experiencia vital es la democracia de base de los frentes antifascistas, y cuya experiencia intelectual les inducía a estudiar, porque la gran derrota padecida previamente les enseñaba que había que reelaborarlo todo de nuevo, si se quería que el comunismo fuera un proyecto viable, la militancia era un plus que les inducía a sentirse en comunidad, sentirse parte de un gran movimiento democrático, comunista, a abrirse sin recelos a todo el que se les aproximara, esa era su experiencia.

Recuerdo que cuando fui director de la revista Realitat del PCC, en los años de la crisis de la URSS, desde la revista organizamos durante dos años consecutivos, unas jornadas con el fin -con el intento- de que el partido, muy sacudido por la crisis y el posterior hundimiento de la URSS, pudiera rearticular proyecto. Fue poco el tiempo en que en el PCC se dio esta situación de apertura, por desconcierto.

En las segundas jornadas organizadas por la revista invitamos a venir, entre otras personas a Giuseppe Prestipino, que tenía entonces cerca de setenta años y un grandísimo prestigio intelectual como filósofo marxista y especialista en Gramsci.

Para Prestipino el PCC no era sino unas siglas de una organización pequeña, desconocida, que se proclamaba comunista, cuyas raíces procedían de la Komintern. Pero aceptó la invitación. Una invitación gratis et amore; tanto que se alojó en mi casa. Y tuvo que pedirme, incluso, una «seta» -quería decir una «silla»- para poder depositar su ropa en la habitación. Era el más potente, con mucho, de los intelectuales que fueron invitados a esas jornadas, y aceptaron venir -y muchos de ellos eran intelectualmente muy potentes-, el más agudo, el más lúcido, el más culto, con mucho, el más discreto.

Al terminar las jornadas me pidió que le llevase a ver la catedral de Barcelona, y luego, la Sagrada Familia. Debí haberle propuesto ir a ver Santa maría del Mar, en vez de la catedral, que no le impresionó, si bien no dijo nada. Luego, vimos la Sagrada Familia; era ya de noche y estaba, muy mejorada por las luces. La observó largamente; me preguntó, qué opinaba yo de la misma. Me encogi de hombros, y como se dio cuenta de que no me iba a herir, me dijo que era mejor que no retiraran las grúas, que así quedaba mejor. Luego, nos fuimos a Sant Cugat donde cenamos él y yo. Su trato para conmigo, durante todo el tiempo, fue impagable; era sentirme tratado como un igual por quien no era en absoluto igual a mi, sino muy superior; era sentir que un viejo militante, de mucha inteligencia y muchas batallas me trataba como trigo limpio, como camarada y trigo limpio. Lungimirante. Prestipino sabio, sereno y lungimirante. Y eso es lo que quiero decir, lo que siento.

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *